El periodismo de calle ha muerto para
siempre como están muriendo a toda prisa los “periódicos de butacón”, aquellos diarios
que, salvo los lunes, nos ocupaban toda una tarde y parte de la noche, si
llegaba a casa una inoportuna visita y, cómo no, si incluíamos la lectura del horóscopo
y el tiempo que nos llevaba hacer el crucigrama de Pedro Ocón de Oro, que también hizo jeroglíficos para las cajitas
de cerillas de Fosforera Española.
Nunca aportó las soluciones. Después de comer a mesa y mantel (no de cualquier
manera, como se hace ahora) muchos españoles se sentaban en la butaca de orejas
con un periódico del tamaño de una sábana y a los quince minutos ya están
echando una cabezada. Los que como yo acostumbrábamos a leer el ABC, cuando el ABC era “el verdadero”, claro, lo teníamos mucho más fácil. El
diario de la madrileña calle Serrano era de formato más reducido, aunque siempre
a cinco columnas, y la bendita grapa evitaba que cada hoja doble se fuese por un
lado. Te despertabas de la siesta y seguías con la lectura de una “Tercera”, el
problema de ajedrez, o el chiste de Mingote,
que además de humorista y otras muchas cosas, fue alcalde de El Retiro por un
día, concretamente el 16 de junio de 1982. E incluso dictó un bando: “Que El Retiro se
quede como está”. Podría escribir horas y horas sobre ese genio, al que una vez
le pedí un autógrafo y me regaló un dibujito que tengo enmarcado. Pero como
reza el título de una película de Rafael
Azcona, “los muertos no se tocan, nene”. Como decía al comienzo, el
periodismo ya no es lo que era. Fueron
desapareciendo cuando de las redacciones se trocó el tableteo de las ruidosas
máquinas de escribir por los ordenadores, los ratones y unas pantallas que estropeaban la vista. Ahora hay
comunicadores, que es cosa diferente. Luchan por salir en las tertulias de las
televisiones para aportar un ramillete de tópicos o para insultarse unos con
otros de la forma más despiadada. También se ha perdido el “buen castellano”.
Como dejó escrito Ignacio Ruiz-Quintano
a propósito de la muerte de Manuel
Martín Ferrand, “en periodismo, o se hace precisión, o se hace literatura,
o le calla uno”. Recuerdo que en aquel mismo artículo, Ruiz-Quintano anotaba
que “el clima determina muchas vocaciones”. Y ponía como ejemplo una charla
entre Eugenio d’Ors y José María Pemán en el Hotel Norte y Londres, de Burgos. Decía D’Ors a Pemán: “Aquí, mi querido Gran Capitán, no se puede hacer otra
cosa que lo que hizo el Cid. Irse a conquistar
Valencia para comer naranjas y bañarse en el Mare Nostrum… Lluvia, más lluvia,
brumas… ¡Y luego esa catedral tan feísima!”. Se nota que a D’Ors no le gustaba
el arte gótico y que brotaban de sus palabras su gran deseo de que las tropas
rebeldes desalojaran el Gobierno de la República, entonces instalado en la
capital del Turia, y también a Manuel
Azaña de la casona en La Pobleta que adquirió José Noguera en 1926, en
pleno corazón de la Calderona, bajo el cobijo de los riscos de Rebalsadors y
muy cerca de la cartuja de Portaceli, entre frondosos árboles…
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