lunes, 19 de febrero de 2018

Vivir para ver...





Parece normal que un país, en este caso España, que apuesta por el turismo masivo, inunde las ciudades de veladores, bares y hoteles. Los locales, ya se sabe, o están cerrados por aquel  “Decreto Boyersobre arrendamientos urbanos (Decreto Ley 2/1985, de 30 de abril de medidas de política económica) que ha terminado para siempre con la “renta antigua” en los locales de negocio, al permitir que se haya aumentado considerablemente el precio de los alquileres, o están ocupados por negocios franquiciados  que buscan hacerse un hueco en zonas muy transitadas. Posteriormente a aquella medida auspiciada por el ministro socialista, que tenía de socialista lo que yo de bombero, hubo varios textos refundidos. En resumidas cuentas,  por no cansar mucho al lector: a día de hoy, al interpretar los contratos hay que tener presente siempre esta fecha, 9 de mayo de 1985, pues dependiendo de la misma, si un arrendamiento es posterior o no, la duración será una u otra. Precisamente la actual Ley de Arrendamientos Urbanos 29/1994 de 24 de noviembre, en sus Disposiciones Transitorias divide los contratos en función de esta trascendental fecha, “contratos de arrendamiento posteriores al 9 de mayo de 1985” en su Disposición Transitoria Primera; “contratos de arrendamiento de vivienda anteriores al 9 de mayo de 1985” en la Disposición Transitoria Segunda y “contratos de arrendamiento de local anteriores al 9 de mayo de 1985” en la Disposición Transitoria Tercera. En consecuencia, a partir del 1 de enero de 2015 bajaron la persiana para siempre muchos establecimientos comerciales, algunos centenarios que pasaron de pagar una modesta renta de alquiler a multiplicar, en algunos casos hasta diez veces, su factura. También ha desaparecido la prórroga forzosa para el arrendador. Algo similar ha sucedido con los alquileres de viviendas al liberalizarse. No hay día que pase sin que cierre una tienda “de toda la vida” y se transforme en un establecimiento de fast food, de ropa low cost,  en un salón de apuestas deportivas, o en un bazar regentado por asiáticos. Y de la misma manera, que en los pisos situados en lugares céntricos se desahucie a unos ancianos que viven de alquiler para ser transformados en viviendas de alquiler turístico, que ya representa una imponente industria en España y que, sorprendentemente, todavía no cuenta con un encaje regulatorio. Está claro que Miguel Boyer, como Inés de Castro, ha “reinado” después de morir.

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