Leo con sumo interés en La Comarca de Calatayud un documentado trabajo de Francisco Tobajas Gallego sobre la saga familiar de Arturo Bono Soriano (Ateca 1869-1941)
periodista. No voy a entrar en detalles sobre su origen familiar, al estar
debidamente ilustrado por lo que Tobajas cuenta. Pero sí deseo, por asociación
de ideas, centrar mi vista sobre “Mis
viajes por los países a los que no he ido nunca”, de Enrique Jardiel Poncela. Y Jardiel, en aquella extraña epopeya que
describe cuando hizo su viaje, no sé si imaginario, en patinete desde Madrid hasta Zaragoza, hace
referencia a Arturo Bono. Y a eso voy. Las obras completas de Jardiel se
publicaron en cinco tomos con más de 5.000 páginas, donde no se incluyeron
algunos textos, pero que sí ocurrió en revistas y periódicos. Entre esos textos
estaba “Mis viajes…”, que publico en
febrero de 2017 el sello sevillano Samarcanda,
de la mano del editor Daniel Pinilla.
Todos esos textos fueron publicados
durante la década de los 20 en diversos diarios y revistas, cuyo rastro siguió
con acierto un nieto de Jardiel, Enrique
Gallud Jardiel, autor del prólogo de esa recopilación. Gallud contaba en
aquel prólogo que “la existencia de
las personas debía medirse no por los años que cumplían sino por las maletas
que habían usado, y que a un anciano habría que considerarlo tal no porque
hubiera cumplido 80 años sino porque hubiera desgastado más de treinta maletas
y baúles”. El “raid “Madrid-Zaragoza”,
-si hacemos caso a Jardiel- fue hecho en sexquiciclo,
al que había puesto el nombre de “Espíritu
Santo of Ventas” imitando de alguna manera el nombre que el aviador Charles Lindbergh dio al aparato “Spirit of St.Louis” que había cruzado
el Atlántico desde Nueva York hasta París en mayo de aquel mismo año (1927).
Por ir resumiendo, en “El paso por Ateca. Episodio de los sifones”,
página 50 del libro, se cita textualmente:
“A velocidad de tortuga pesimista pasamos por Ateca. Ovación.
Saludamos con mucha finura. Ovación. Hay muchas personas en las aceras de la
calle principal y ni una sola de ellas nos insulta. Por el contrario, aplauden
a rabiar. Ovación. El Ayuntamiento, algunos vocales, la simpática familia de
Saura, de Alazón, que va al Monasterio de Piedra en excursión automovilística
con el atento y hercúleo teniente de la Guardia Civil. Francisco Díaz y su
señora, y el redactor de La Vanguardia de
Barcelona, don Arturo Bono, que veranea en Ateca, nos invitan a una cerveza de
una frialdad polar…”.
Recomiendo
su lectura. Contiene pasajes a bordo del sexquiciclo
con una sola pierna, la otra arañando el asfalto y gastando suela de zapatilla
por la Nacional II, que bien hubiesen
merecido haber sido ilustrados por Gustave
Doré, de no haber muerto en 1883, o fotografiados por J. Laurent, de no haber hincado el pico en 1886, o pintados por el
expresionista Gutiérrez Solana, que
supo reflejar la España negra y melancólica y subrayar el lado humano de la
naturaleza, de las cosas y de los objetos. Gutiérrez Solana anduvo por
Calatayud y notó cómo silbaba el lebeche, “viento que levanta dolor de cabeza,
que nace en Santander y va a morir a Zamora, después de haberse pateado Santoña
y Medina del Campo, Valladolid y Segovia, Ávila y Oropesa, Tembleque y
Plasencia, Calatayud y Terrer”, según dejó dicho Camilo José Cela en su discurso de ingreso en la Real Academia Española en 1957. Tampoco
le hubiese venido mal a Jardiel haber conocido a Antonio López, otro personaje de “Madrid. Escenas y costumbres”, “inventor y fabricante de la pierna
articulada más práctica que se conoce”. Sobre el sexquiciclo se hubiesen ayudado Jardiel y su cuadrilla a subir los repechos de Miravella,
Cavero y La Muela con el brío de una lambretta,
como aquellas que vendía Íñigo en Calatayud, cerca
de la Puerta de Terrer.
1 comentario:
Gracias por tan interesante reseña. El viaje de Madrid a Zaragoza en sexquiciclo no fue en abosluto imaginario, sino completamente real. Se halla perfectanmentre documentado con fotos y crónicas diarias del paso de los expedicionarios por las diversas localidades del recorrido.
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