Yo no sé todavía si los nuevos
dispositivos disuasorios que se van a instalar en los “quitamiedos” de las
carreteras tiene afán recaudatorio o se colocarán para que los conductores se
apeen de los coches y se hagan un selfie.
¿Ustedes los han visto en las fotos de prensa? Son como aquellos sacapuntas de
manivela que estaban en una esquina de las mesas de los despachos. Metías el
lapicero por una abertura (con perdón), le dabas vueltas al manubrio y listo.
Lo cierto es que, por desgracia, han aumentado considerablemente los accidentes
de carretera en los últimos años. Los datos oficiales señalan que durante 2017
perdieron la vida en vías interurbanas 1.200 ciudadanos, lo que equivale a 39
más que en el año anterior. La información fue facilitada por el director
general de Tráfico, Gregorio Serrano,
que aclara que en ese cómputo global se incluye a los fallecidos en las
primeras 24 horas tras el accidente. ¿Y qué pasa con los que mueren una semana
más tarde, o un mes? ¿Esos de qué mueren, de sarampión? ¿Y los que quedan en
una silla de ruedas para siempre? Buena
parte de la culpa de esos accidentes, no lo niego, se deben a imprudencias en
la conducción, al consumo de drogas y alcohol. Pero también es cierto que las
carreteras españolas no han mejorado como sería deseable sus firmes ni los
puntos negros existentes en muchos tramos. Y esa labor, que yo sepa, le
corresponde al Estado. Colocar radares diminutos y ocultos para disuadir los
excesos de velocidad, o quitar puntos en el permiso de conducción son medidas
complementarias, aunque no suficientes. Otro factor importante, sin duda, es la
antigüedad del parque móvil consecuente de la crisis económica. Como bien decía
Silvia Montaño en un comentario de
prensa (El País (03/01/18) “las cosas empezarán a cambiar cuando empecemos
a entender lo peligroso que es poner a 150 km/h tonelada y media de chatarra,
con nuestro cuerpo dentro”. Ha quedado
demostrado que encomendarse a san
Cristóbal, o escuchar a Perlita de
Huelva cantando aquello de “Acuérdate
de los niños/ que te dicen con cariño: / ¡No corras mucho papá!” no ayuda
mucho. Es como aplicar el remedio de una lavativa para corregir el extrabismo.
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