Tengo el vicio de acercarme a lugares
donde venden libros de segunda mano y a veces encuentro cosas interesantes. Hoy
he estado repasando una edición de las Leyendas
de Bécquer, en edición de Pascual Izquierdo (Ediciones Cátedra,
1992, Madrid) muy bien documentado y con importantes notas al pie. Al principio
del libro había un escrito: “Esperando
superar mis 15 años. Navidad, 1993”.
No llevaba firma. Supongo que sería un autorregalo de alguien que estaba
pasando por un mal momento. Han pasado ya 25 años y quiero pensar que aquel
muchacho, o muchacha, que escribió con tímida letra aquel lacónico texto, habrá
superado con éxito su etapa adolescente, posiblemente se haya casado y tenga
hijos en edad parecida a la que él, o ella, tenía cuando decidió adquirir el
libro tan romántico de un autor que un día manifestó: “He leído un poco, he
sentido bastante y he pensado mucho”. Muchas de aquellas Leyendas fueron publicadas en el Semanario Pintoresco Español, en el Museo Universal y en la Revista
Española de Ambos Mundos. Sin embargo, las primeras leyendas sobre
tradiciones españolas fueron publicadas en inglés y en Londres, en 1830, es
decir, seis años antes de que naciera el poeta, por Joaquín Telesforo de Trueba y Cossío con el título “The romance of history of Spain”. Pero como bien apunta Pascual Izquierdo
en sus “Apuntes para una biografía”, “ya
en la “Historia de los templos de España”,
además de la descripción arquitectónica
del edificio religioso, Bécquer incorpora el relato de las tradiciones
legendarias relacionadas con el propio templo y sus imágenes”. Aquella primera
entrega data de en 1857. Un año antes, junto a su amigo García
Luna, había escrito la comedia “La
novia y el pantalón”. Y al año siguiente ya había concluido su quinta
entrega de “Historia de los templos…, y
aún le quedó tiempo para escribir el libreto de la zarzuela “La venta encantada” al alimón con su
amigo y que firmó con el seudónimo de
Adolfo García. Pero la dicha dura poco en casa del pobre y aquel
año tan productivo Bécquer contrajo una
grave enfermedad, la temible tuberculosis pulmonar, de la que nunca se recuperó
y que le llevó a la muerte con sólo 34 años, sólo tres meses más tarde que a su
hermano Valeriano, que tanto le
había ayudado a la hora de confeccionar ilustraciones. Curiosamente, el médico
que firmó el parte de defunción en la madrileña calle de Claudio Coello, se limitó
a indicar que había fallecido a las 10 de la mañana de aquel frío 22 de
diciembre de “un grande infarto de hígado”.
Aquel día coincidió con un eclipse de sol. Fue sepultado al día siguiente
en el nicho número 470 en la madrileña Sacramental de San Lorenzo y San José,
en el Patio de Cristo. Sus restos, junto a los de su hermano, fueron
trasladados a Sevilla en 1913. Cinco días más tarde, en la noche del 27 de
diciembre, descerrajaban unos tiros de retacos a Juan Prim, presidente del Consejo de Ministros, en la calle del
Turco (hoy Marqués de Cubas) cuando salía del Congreso en berlina camino del
Palacio de Buenavista, y cuando todo estaba preparado para que partiese hasta
Cartagena para recibir a Amadeo de Saboya. En 1906, Pérez Galdós centró en este personaje el trigésimo
noveno de sus “Episodios Nacionales”.
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