Las huelgas son un derecho de los
trabajadores. Lo asombroso es que, tal y como leo en ABC de Sevilla, ahora “hay huelga de geranios y gitanillas en los
balcones del sevillano Barrio de Santa Cruz". Una vecina de la calle Judería
comentaba al periodista Pedro Ybarra: “Se llevan las plantas, se llevan los visillos, se suben en
las ventanas, de la ventana al balcón, para hacerse fotos y es que no se puede
vivir así”. En las calle del Barrio de Santa Cruz se practican ruidosos performances
y reportajes de comuniones y bodas y ensucian las blancas paredes con los
zapatos haciéndose fotos. Comenta otra vecina a ese periodista que “las de pre-boda son las más terribles
porque acuden los novios y todos sus amigos”. Pero para esa vecina hay algo
peor, si cabe: “Con el cambio de rotulación de la calle Judería, al ponerla sobre su fachada, cuando vienen los equipos
alemanes a la ciudad se orinan en la ventana y en la puerta. Por eso he tenido
que poner en la ventana un refuerzo para que no entren dentro de la vivienda.
Hay mucha gente que no está bien, incluso escupen por xenofobia en mi fachada”. Sevilla es una de las ciudades españolas más
visitada por los turistas de todos los países y ello tiene un alto coste. El
entrañable Barrio de Santa Cruz, al igual que sucede en todo el Casco Histórico
sevillano, se ha degradado y convertido en un plató de Hollywood donde abundan
las tiendas de suvenires trasnochados y los restaurantes que sirven sangrías y paellas de
baja elaboración. Todo huele a fritanga. Sevilla, por desgracia, se ha
convertido en la ciudad del “todo vale”. Curiosamente el Barrio de Santa Cruz
tuvo hasta 1840 una calle dedicada a Barrabás.
En aquel año fue sustituido su rótulo por el de Lope de Rueda. Se cuenta que en el siglo XV, durante la Sevilla de
las tres culturas, vivía en aquella calle un morisco que fue
encarcelado por robar colmenas y que tenía el poder de atraer a las abejas
hasta su casa. Al no poderse probar su delito, fue liberado de su pena un
Viernes Santo. No se entiende un Barrio de Santa Cruz “con su lunita plateada”, como decía la letra de una canción de Carmelo Larrea, sin sus geranios en los
balcones chorreando agua bendita, sin su silencio mudo en la atardecida morada
y sin sus limpios vencejos acariciando el aire en su aparente adiós sobre los
hondos vericuetos del crepúsculo, y siempre regresando.
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