jueves, 1 de febrero de 2018

Ay, Barrio de Santa Cruz...




Las huelgas son un derecho de los trabajadores. Lo asombroso es que, tal y como leo en ABC de Sevilla, ahora “hay huelga de geranios y gitanillas en los balcones del sevillano Barrio de Santa Cruz". Una vecina de la calle Judería comentaba al periodista  Pedro Ybarra: “Se llevan las plantas, se llevan los visillos, se suben en las ventanas, de la ventana al balcón, para hacerse fotos y es que no se puede vivir así”. En las calle del Barrio de Santa Cruz se practican ruidosos performances y reportajes de comuniones y bodas y ensucian las blancas paredes con los zapatos haciéndose fotos. Comenta otra vecina a ese periodista  que “las de pre-boda son las más terribles porque acuden los novios y todos sus amigos”. Pero para esa vecina hay algo peor, si cabe: “Con el cambio de rotulación de la calle Judería, al ponerla sobre su fachada, cuando vienen los equipos alemanes a la ciudad se orinan en la ventana y en la puerta. Por eso he tenido que poner en la ventana un refuerzo para que no entren dentro de la vivienda. Hay mucha gente que no está bien, incluso escupen por xenofobia en mi fachada”. Sevilla es una de las ciudades españolas más visitada por los turistas de todos los países y ello tiene un alto coste. El entrañable Barrio de Santa Cruz, al igual que sucede en todo el Casco Histórico sevillano, se ha degradado y convertido en un plató de Hollywood donde abundan las tiendas de suvenires trasnochados y los  restaurantes que sirven sangrías y paellas de baja elaboración. Todo huele a fritanga. Sevilla, por desgracia, se ha convertido en la ciudad del “todo vale”. Curiosamente el Barrio de Santa Cruz tuvo hasta 1840 una calle dedicada a Barrabás. En aquel año fue sustituido su rótulo por el de Lope de Rueda. Se cuenta que en el siglo XV, durante la Sevilla de las tres culturas, vivía en aquella calle un morisco que  fue encarcelado por robar colmenas y que tenía el poder de atraer a las abejas hasta su casa. Al no poderse probar su delito, fue liberado de su pena un Viernes Santo. No se entiende un Barrio de Santa Cruz “con su lunita plateada”, como decía la letra de una canción de Carmelo Larrea, sin sus geranios en los balcones chorreando agua bendita, sin su silencio mudo en la atardecida morada y sin sus limpios vencejos acariciando el aire en su aparente adiós sobre los hondos vericuetos del crepúsculo, y siempre regresando.

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