Ayer pude ver por televisión la llamada
telefónica que Jordi Évole hizo al
anterior Jefe del Estado, Juan Carlos de
Borbón, en presencia de José María García, en el programa Salvados. No me gustó es estilo del rey
emérito. Colgar el teléfono es signo de descortesía, esas no son maneras. Évole le preguntó al rey
emérito a qué se dedicaba en la actualidad y éste le respondió que “a servir a
España”. Algo similar a lo que decía su padre, Juan de Borbón, desde su dorado retiro de Estoril. En este país unos sirven a España y otros se
sirven de España. A España sirven todos los ciudadanos que dan el callo en el
tajo, pagan sus impuestos, mantienen un rabo de hijos con casi nulas ayudas
públicas, sufren listas de espera en los hospitales, llegan a fin de mes
haciendo casi milagros y ayudan en lo que
buenamente pueden a que el motor de
explosión de la máquina del monstruoso Aparato Público funcione sin griparse.
Si analizamos la historia reciente, nos damos cuenta de que la monarquía
borbónica instalada por testamento del último miembro de la Casa de Austria, Carlos II, donde incluyo las dos restauraciones, nunca estuvo al servicio del país sino de
intereses bastardos.
“…y, en el
caso de faltar yo sin subcesion, ha de subceder el dicho Duque de Anjou en
todos mis Reynos y Senorios, assi los pertenecientes a la Corona de Castilla,
como la de Aragon y Navarra y todos los que tengo dentro y fuera de España…”.
De nada
sirvieron los intentos de Juan Prim (“los Borbones nunca más”) de
cambiar esa nefasta inercia histórica tras el exilio forzado de Isabel II.
Amadeo de Saboya comprendió año y medio más tarde de su coronación que
los españoles éramos ingobernables, tomó el montante y se largó para siempre. Y
en 1874, sólo seis años más tarde desde la salida de España de la “reina de los
tristes destinos”, ya teníamos coronado a su hijo (de padre desconocido) Alfonso
XII, para un reino inacabado por su prematura muerte de tuberculosis, a
sólo tres días de cumplir 28 años. En cualquier cabeza cabe que arreglar la
boda entre una supuesta ninfómana con un declarado homosexual con hipospadia (malformación de la uretra) no es la mejor manera de arreglar los asuntos de
Estado. Menos aún si ambos eran primos carnales por partida doble, ya que Francisco
de Asís era hijo de Francisco de Paula, hermano de Fernando VII,
y de Luisa Carlota de Borbón-Dos Sicilias, hermana de la regente María
Cristina. La segunda restauración borbónica se produjo por deseos del
dictador Francisco Franco en la persona del nieto del hijo póstumo de María
Cristina de Habsburgo-Lorena, regente de España desde el 30 de diciembre de
1885 hasta 1902, cuando su hijo cumple 16 años. Lo que vino después es fácil de
recordar. Su cobarde exilio en 1931. El ministro de Marina José Rivera y Álvarez de Canedo fue el
hombre encargado de trasladarlo sano y salvo a Marsella desde Cartagena, adonde
habían llegado en un
coche de alta gama, un Duesemberg convertible
y estando en posesión de una fortuna equivalente a 140 millones de euros. Y en
un vano intento de recuperar la Corona, dispuso de millón y medio de pesetas para
Franco e intercedió con Mussolini para
que facilitase armamento y aviación a los golpistas responsables de la guerra. También
su hijo Juan mostró su apoyo a Franco en varias ocasiones e incluso pretendió
luchar al lado de los golpistas pensando que, de ese modo, si ganaba la guerra
como así fue, restauraría la monarquía borbónica en su persona. Y Franco así lo
hizo en 1969 pero en la persona de su hijo, desbaratando los planes de un Juan III que, aunque se enfureció, nunca terminó reinando.
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