Lo
bueno de que un arabista haya conseguido un sillón en la Real Academia, como es
el caso del doctor en Filología Semítica Federico
Corriente, es que los “profanos” en la materia podemos entender de dónde
vienen frases o vocablos que se dicen en el lenguaje coloquial, verbigracia,
birlibirloque, “probablemente abreviado del
trabalenguas 'beylerbeyilik
buyuruklari(yla) cuya sorprendente traducción sería por orden del gobierno”. O sea, que lo que se plasma en el BOE tras
un Consejo de Ministros se hace por arte de birlibirloque. Claro, así pasa lo
que pasa. Por birlibirloque sólo se sube a los pensionistas el 0’25 por ciento
cada año; por birlibirloque se va a seguir aplicando en Cataluña el artículo
155 de la Constitución; por birlibirloque se permiten los desmadrados
alquileres actuales derivados de aquella trasnochada Ley Boyer; por birlibirloque el Gobierno no publica el nombramiento
de los consellers presos y en la
diáspora en el BOE; por birlibirloque se manipula la televisión pública a mayor
gloria del gallego; etcétera. Como bien señala Jesús Cacho, "para Rajoy el enemigo a batir es Ciudadanos, no Puigdemont y el prusés. Se avecina una guerra muy
cruda entre un partido que sigue contando con enormes recursos dinerarios y
mediáticos y el joven e inexperto candidato a desplazarle de la representación
del centro derecha español, condición que durante tantos años ha ostentado el
PP. Y al dúo [Rajoy y Sánchez], siempre según el evangelio de Jesús Cacho, se
le acaba de unir ese gran farsante que ha demostrado ser Iglesias, cuya revolución
consistía en comprarse un chalé con piscina en la sierra de Madrid, como
cualquier familia acomodada salida de las entrañas del sistema”. Es el arte de
birlibirloque. Y por el arte de birlibirloque, por encantamiento, veía José
Bergamín la tauromaquia auténtica, siempre pensando en Juan Belmonte. “El arte de
Birlibirloque “(1930),
reeditado en 2016 por la editorial Renacimiento, reúne tres ensayos: “El arte de Birlibirloque”, que da
nombre al volumen, “La
estatua de don Tancredo” y “El
mundo por montera”,
con notas preliminares del propio autor y un epílogo de Azorín, publicado en su día en el diario ABC. Don Tancredo, ¿de qué me suena?
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