Día
del Trabajo. En el centro de Zaragoza me he topado con una manifestación.
Hombre, al fin he visto pegatinas y banderas de los sindicatos mayoritarios,
esos que aparan la mano del Estado y parece que estuviesen en otra guerra.
Pocas banderas republicanas y gente, mucha gente, aunque silenciosa como rebaño
de ovejas, que más pareciera que estuviesen de romería que alzando la voz
reclamando sus derechos. Por decirlo pronto y claro, era lo más parecido a una
manifestación de hace treinta años a la que le hubiesen quitado el sonido, como
cuando el jefe del Estado preside un
partido de final de Copa. España se ha convertido en un país silente, miedoso y
sin ganas de luchar por sus derechos perdidos. Aquí el eslogan es ¡sálvese
quien pueda! Que te hacen un contrato por una semana, menos es nada; que te
fríen a impuestos, alguien tiene que pagar las radiales de Madrid en pérdidas;
que la banca no devuelve lo prestado por el ICO, ya se contaba con ello; que
las pensiones son insuficientes, la culpa es de usted por no haberse hecho un
seguro privado; que existen políticos
corruptos, eso pasa hasta en las mejores familias; etcétera. Al ciudadano de a
pie siempre le queda el derecho al pataleo, como a los niños cuando los que
ejercen su tutela les niegan un chupa-chups. Somos enanos en un mundo de
gigantes -como dejó escrito Concha Alós- y los gigantes se esconden
para reírse. Bueno, ya ni se esconden.
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