La
manera más sencilla de entender el comienzo del siglo XIX en Madrid y los
hechos del Dos de Mayo viene de la mano de Antonio
Alcalá Galiano, como bien explica Fernando
Díaz-Plaja en su libro “Dos de Mayo
de 1808” (Espasa-Calpe, Madrid, 1996). Madrid era por aquellos años una
ciudad, lo más parecido a un pueblón castellano, de 160.000 habitantes, cuya principal
diversión era el teatro y la visita a los cafés La Fontana de Oro y el Café del
Ángel. También había botillerías, como La
Canosa, en la Carrera de San Jerónimo. Había tres teatros en funcionamiento:
el de los Caños del Peral, el Teatro Príncipe y el Teatro de la Cruz. Los hombres vestían
de levita, pantalones ajustados con media bota y rara vez se veían sombreros de
copa. Usaban sombreros de picos con escarapela negra salvo que el ciudadano
fuese militar, que entonces era roja. Las mujeres de clase alta solo gastaban
sombrero para ir al teatro. Por lo común alternaban las mantillas blancas y
negras. Díaz-Plaja recuerda que “majos y majas había en todas partes. No pasaba
lo mismo con el Manolo, que sólo
vivía en Madrid y se llamaban así los que se reunían en el campillo de Manuela, famoso sitio del Avapiés, como dejó escrito Mesonero Romanos en su libro “El
antiguo Madrid”. “El Manolo –cuenta Mesorero- es el verdadero madrileño, arrogante y
leal, temerario e indolente, sarcástico y medio revolucionario, desdeñando la
suerte y riéndose de la desgracia…”. Sepúlveda
añade que “salía de las calles del Beso, del Nardo florido., de la de las
Pulgas, de Enhoramala vayas, de Sal si puedes, acompañado de su amiga o novia.
Caminaba vanidosa y lentamente, llevando el estrecho calzón, chupetín o
chaleco, chupa o jubón con botones de filigrana. En la cabeza una red de seda y
el sombrero redondo y alto. Una navaja en la cintura. A su lado la mujer iba
con su falda corta y ancho volante, cuerpo escotado y de manga corta, medias
blancas, chaqueta bordada, mantilla y mata de cabellos negros sujetos con una
peineta…”. En fin, hoy es el Día de la Comunidad de Madrid y le dedico este
pequeño homenaje aunque carezca de organillo de manubrio. Que la fiesta no
decaiga y que el barquillero grite: “¡Rico parisién!” con la fuerza de Andrés Torrejón y de Simón Hernández, los dos alcaldes de
Móstoles que vocearon un bando redactado por Villamil, llamando al socorro armado de la capital y la
insurrección contra el invasor francés.
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