Estirar los espejos
Manuel Vicent ataca en El País la fiesta de los toros y señala
que “el hecho de que unos ministros del Partido Popular canten con fervor Soy
el novio de la muerte al paso de la procesión de un Cristo muerto llevado
por brazos legionarios no es muy distinto a que, después de una sarta de
puyazos, estocadas y descabellos, se aplauda con entusiasmo desde una barrera
de Las Ventas a un toro ensangrentado, que se llevan al desolladero las
mulillas”. Tiene razón Vicent cuando añade que “es un espectáculo rancio y
anacrónico que ya no está a la altura de los tiempos”. (…) “En este sentido, la
Feria de San Isidro solo es compatible con los escaparates galdosianos del
viejo Madrid donde aún se exponen bragueros y suspensorios de estameña,
lavativas y aparatos ortopédicos que ya nadie usa”. Sucede lo mismo con la
Monarquía y con aquellos certámenes literarios donde se concedía la flor
natural al mejor soneto con estrambote. Pareciera que los españoles nos
mirásemos cada mañana en los espejos deformantes del madrileño Callejón del
Gato, donde las imágenes se deforman para crear el esperpento. Decía Valle-Inclán que “España es una deformación grotesca de la
civilización europea”. Pero ese espectáculo decadente de los espectáculos
taurinos todavía recibe el beneplácito de una derechona gobernante que la ha
declarado Fiesta de Interés Cultural e incluso permite la asistencia de
niños a semejante barbaridad cruenta. Esa derechona rancia y cutre, digo, tan
decadente como los calzones largos de felpa, todavía cree estar manejando los
hilos del poder como en los tiempos de Romanones. Y, la verdad, que el rey emérito y su hija Elena asistan a los toros con asiduidad y permitan que los toreros les hagan
brindis quedando bonitos no ayuda a estirar los espejos para que las figuras en
ellos reflejadas se vean con normalidad, como debe ser.
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