Ignoraba
que el 1º de octubre, o sea, ayer, fuese el Día
Internacional del Café, ese grano originario de Kaffa, en Etiopía, cuyo
mayor consumidor es Finlandia. En España interesaron más los cafés que el café
y los continentes que los contenidos. Se le daba más importancia a poder estar
a refugio entre la batahola y una espesa nube de humo de tagarnina que ingerir
el contenido de una la taza con una infame achicoria. Al español siempre le encandiló
ir al café, apoyar los codos sobre un velador con base de mármol, donde perennemente
había un frasco de cristal con tapa de baquelita y agua del grifo, y convertirlo en su particular cuarto de
estar. Pero, ay, ya no quedan aquellos locales con divanes de terciopelo ajado
y mesas de hierro y mármol donde hacían sus tertulias aristócratas,
noctámbulos, literatos, artistas de variedades y toreros de postín. En los
viejos cafés madrileños, no tanto en los
de provincias, hubo encendidas charlas literarias, políticas y taurinas, se
escribieron artículos para la prensa del momento (la pluma, el tintero y el
papel se le pedía al camarero), se forjaron novelas y versos alejandrinos, se
conspiró contra el Gobierno de turno y se cerraron tratos. En la foto que acompaño
(Alfonso, 1923) aparecen en la Antigua Botillería de Pombo unos
tertulianos; entre ellos Ramón Gómez de
la Serna (segundo por la izquierda)
y José Bergamín (primero por la
derecha). Y allí permanecían como si el tiempo no transcurriese y hasta las tantas
de la madrugada hebdomadariamente, con
la noche morada y tras la cena de rigor. Pero de todos aquellos cafés, en
Madrid ya sólo queda alguno en activo, entre ellos el Café
Comercial, en la Glorieta de Bilbao esquina a Fuencarral, tras su reciente
reapertura. Su primera licencia data de 1887, aunque Pérez
Galdós ya aludía a ese café en 1870.
A finales del siglo XIX en Madrid existían más de 100 cafés. Hubo cinco
de ellos que llegaron a ser emblemáticos, que forman parte de la historia y que
siguen en pie: el Café Gijón (1888),
por el que pasaron Valle-Inclán, Benito
Pérez Galdós, José Canalejas, Julio Romero de Torres y espía Mata Hari; la Chocolatería San Ginés (1894) donde Valle Inclán se inspiró en su
obra “Luces de Bohemia”; el Café-Bar Hotel Palace (1912) frecuentado
por Ernest Hemingway; el ya citado Café Comercial (1887); y El Riojano (1855), que también es
pastelería. Está ubicado en la calle Mayor, 10. Se cuenta que sus enormes
muebles fueron hechos dentro del local y que nadie podía robarlos porque no
cabían por la puerta. Son famosos sus bartolillos. Camilo José Cela se inspiró para escribir “La Colmena” en dos cafés: El
Comercial y el Café Europeo (Glorieta de Bilbao, 1, esquina a Carranza, 2) El Café
Europeo era de los llamados “de asiento”. Se inauguró en 1898
(anteriormente se llamó Café Nueva York)
y en él hubo muchas tertulias. Era propiedad de tres hermanas. La mayor de
ellas, Consuelo, inspiró a Cela el
personaje de doña Rosa. Según
contaba su autor: “Lo empecé en Madrid en 1945 y lo rematé en Cebreros en
1948”. La novela no pudo ser publicada en España hasta 1955 por culpa de la
censura, aunque existe una publicación impresa en Buenos Aires en 1951.
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