Un
escritor, Jorge M. Reverte, es el
autor de un ensayo, El arte de matar
(RBA Libros, Barcelona, 2009), donde, a mi entender, se explica la Guerra Civil
de la forma más clara y precisa que conozco. Señala en la página 25: “Entre los
conspiradores hay de todo. Hay un fuerte grupo de exaltados que sólo piensa en
el orden, como el general José Varela,
ahora [por entonces] detenido en Cádiz por intentar un golpe hace pocos meses.
Varela es un africanista de origen humilde al que adoran las mujeres de la
aristocracia por su porte elegante…”. (…) “Otros sueñan con la restauración
monárquica alfonsina, otros con la imposición de la línea de sucesión carlista
al trono. Los hay republicanos, como Queipo
de Llano y hasta masones, como el general Cabanellas, jefe de las fuerzas de Zaragoza. Los hay simpatizantes
de Falange, como el teniente coronel Juan
Yagüe, que encabeza en el norte de África los preparativos de un golpe. Y
los hay que no exhiben en exceso sus simpatías, como el general Franco, destinado en Canarias”. Pero
aquí, como en todos los golpes de Estado, también hubo una trama civil de apoyo
incondicional. Volvió a suceder el 23F y volvería a suceder ahora, llegado el
caso. Una trama civil que, por desgracia, siempre se va de rositas. Hoy, ya
ayer, en el diario El País, Jorge M.
Reverte, bajo el epígrafe La Almudena,
vuelve por sus fueros y le leo con la máxima atención. Bajo una fantástica foto
con la catedral de la Almudena reflejada en un charco obra del fotógrafo Claudio Álvarez, señala: “Lo ponen a
huevo. La verdad es que a la familia
Franco siempre le ha faltado finura. Ahora piden descargas de fusilería,
salvas de cañón y la Almudena. La propuesta, que lleva el inevitable toque de
exigencia viniendo de quien viene, contiene elementos muy positivos que
deberían ser sopesados por el Gobierno antes de dar una respuesta definitiva a
las pretensiones de la familia. Lo primero que hay que saber es a quién
pertenece la Almudena, si a la Iglesia o al Estado. Si es a la Iglesia, hay que
decir que sí de inmediato, porque a la catedral más fea del mundo le va como
anillo al dedo albergar los restos de uno de los dictadores más duraderos de la
historia. Habría que pedir al Gobierno, eso sí, por higiene democrática, que
ampliara la distancia entre el Palacio Real y la horrorosa catedral, y que
renunciara para siempre la Corona a organizar actos oficiales allí. Sería algo
parecido a regalarle el edificio a la extrema derecha, pero a mí no me importa.
Creo que los madrileños pueden vivir sin catedral, que lo han hecho casi
siempre”. (…) “Tengo que confesar que cuando escuché por primera vez que la
familia Franco pedía la Almudena, entendí que se refería al cementerio del
Este, y además me pareció de perlas lo de la fusilería. Me fabriqué de manera
injustificada un sueño en el que los restos del dictador homicida recibían una
descarga de fusilería simbólica contra las tapias, las mismas que sirvieron de
sudario a Las Trece Rosas y a otros
tres mil y pico republicanos, y luego serían echados a una fosa común con
desconocidos”. Impresionante. El artículo supera al libro, no en el continente
sino en el contenido. Los nietos del dictador que tanto exigen ahora al
Gobierno, deberían ser más humildes y dejar a un lado la altanería y esas
pretendidas salvas de ordenanza y cañonazos que exigen para su abuelo, en el supuesto
de un cambio de escenario de su momia. O mejor aún, intentar pasar
desapercibidos en un país donde hubo tanto dolor, como hacen los alacranes debajo
de las piedras. Deberían aprender de don Manuel Azaña.
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