sábado, 6 de octubre de 2018

La Almudena y dos huevos duros



Un escritor, Jorge M. Reverte, es el autor de un ensayo, El arte de matar (RBA Libros, Barcelona, 2009), donde, a mi entender, se explica la Guerra Civil de la forma más clara y precisa que conozco. Señala en la página 25: “Entre los conspiradores hay de todo. Hay un fuerte grupo de exaltados que sólo piensa en el orden, como el general José Varela, ahora [por entonces] detenido en Cádiz por intentar un golpe hace pocos meses. Varela es un africanista de origen humilde al que adoran las mujeres de la aristocracia por su porte elegante…”. (…) “Otros sueñan con la restauración monárquica alfonsina, otros con la imposición de la línea de sucesión carlista al trono. Los hay republicanos, como Queipo de Llano y hasta masones, como el general Cabanellas, jefe de las fuerzas de Zaragoza. Los hay simpatizantes de Falange, como el teniente coronel Juan Yagüe, que encabeza en el norte de África los preparativos de un golpe. Y los hay que no exhiben en exceso sus simpatías, como el general Franco, destinado en Canarias”. Pero aquí, como en todos los golpes de Estado, también hubo una trama civil de apoyo incondicional. Volvió a suceder el 23F y volvería a suceder ahora, llegado el caso. Una trama civil que, por desgracia, siempre se va de rositas. Hoy, ya ayer, en el diario El País, Jorge M. Reverte, bajo el epígrafe La Almudena, vuelve por sus fueros y le leo con la máxima atención. Bajo una fantástica foto con la catedral de la Almudena reflejada en un charco obra del fotógrafo Claudio Álvarez, señala: “Lo ponen a huevo. La verdad es que a la familia Franco siempre le ha faltado finura. Ahora piden descargas de fusilería, salvas de cañón y la Almudena. La propuesta, que lleva el inevitable toque de exigencia viniendo de quien viene, contiene elementos muy positivos que deberían ser sopesados por el Gobierno antes de dar una respuesta definitiva a las pretensiones de la familia. Lo primero que hay que saber es a quién pertenece la Almudena, si a la Iglesia o al Estado. Si es a la Iglesia, hay que decir que sí de inmediato, porque a la catedral más fea del mundo le va como anillo al dedo albergar los restos de uno de los dictadores más duraderos de la historia. Habría que pedir al Gobierno, eso sí, por higiene democrática, que ampliara la distancia entre el Palacio Real y la horrorosa catedral, y que renunciara para siempre la Corona a organizar actos oficiales allí. Sería algo parecido a regalarle el edificio a la extrema derecha, pero a mí no me importa. Creo que los madrileños pueden vivir sin catedral, que lo han hecho casi siempre”. (…) “Tengo que confesar que cuando escuché por primera vez que la familia Franco pedía la Almudena, entendí que se refería al cementerio del Este, y además me pareció de perlas lo de la fusilería. Me fabriqué de manera injustificada un sueño en el que los restos del dictador homicida recibían una descarga de fusilería simbólica contra las tapias, las mismas que sirvieron de sudario a Las Trece Rosas y a otros tres mil y pico republicanos, y luego serían echados a una fosa común con desconocidos”. Impresionante. El artículo supera al libro, no en el continente sino en el contenido. Los nietos del dictador que tanto exigen ahora al Gobierno, deberían ser más humildes y dejar a un lado la altanería y esas pretendidas salvas de ordenanza y cañonazos que exigen para su abuelo, en el supuesto de un cambio de escenario de su momia. O mejor aún, intentar pasar desapercibidos en un país donde hubo tanto dolor, como hacen los alacranes debajo de las piedras. Deberían aprender de don Manuel Azaña.

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