jueves, 25 de octubre de 2018

¡Aquellas cestas de mimbre...!



Los que ya tenemos una edad recordamos la época en la que los ferroviarios acudían al tajo con chaquetones  de cuero en los que no pasaban ni las balas y una cesta cuadrada de mimbre donde llevaban  comida para varios días. Unos se montaban en la locomotora, otros eran guardafrenos condenados al traqueteo del convoy en una garita de vagón que era una especie de confesionario; o, simplemente,  tomaban el tren para ir a una estación distinta a la de su municipio para pasar la noche como factor de circulación, enganchador o guardagujas. Era gente sacrificada, acostumbrada a comer pan de muchos hornos, pasar días en muchas fondas y a darle más importancia a los minutos de su reloj que a las horas. Por eso, cuando preguntabas a un factor de circulación a qué hora llegaba el expreso de Andalucía o el ómnibus Arcos nunca te decía a las 16’43 sino “a los 43”. La hora se daba por sobreentendida. Un amigo mío, fogonero de locomotora, que hacía el recorrido Valladolid-Ariza y viceversa, me contaba que siempre ponía la tartera de aluminio junto a brasas de carbón extraídas y puestas sobre la pala al acercarse a Alentisque-Cabanillas.  Era una manía como otra cualquiera. Era esa hora de la tarde, entre dos luces en invierno, en la que su mujer acostumbraba a calentar la merienda-cena. Cada uno tiene sus manías, que son dignas de respetar. Crisanto, que así se llamaba el fogonero, a veces compartía la comida con su compañero maquinista.  Y en Peñafiel, mientras se llenaba de agua el depósito de la máquina, aprovechaba para acercarse hasta el interior del despacho de billetes y beber un trago de agua de botijo.  Allí saludaba a Monforte, el jefe de Estación, que siempre tenía entre sus manos un  libro de esperanto. También le apasionaba descifrar los jeroglíficos del “7 Fechas” y escribir versos de pie quebrado. En las estaciones de exiguo tráfico ferroviario quedaba tiempo para hacer muchas cosas. Los versos los enviaba a diversos concursos. Nunca consiguió premios ni flores naturales,  pero jamás abdicó de su esperanza.

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