Leo el artículo de Juan
Luis Cebrián de hoy en El País.
Bajo el título “La Monarquía y los
valores republicanos” señala: “Al comienzo de la Transición política se
planteó de forma temprana el debate sobre el caso [Monarquía o República]. La
Monarquía no gozaba de especial reconocimiento entre la ciudadanía,
independientemente de la adscripción ideológica de cada cual. Los herederos
directos del franquismo, y de manera singular los falangistas, se habían
hartado de cantar a voz en grito en los fuegos de campamento juveniles que “no
queremos reyes idiotas que nos quieran gobernar” y la derecha española, salvo
un puñado de leales a la Corona, se hallaba dividida en torno a la
funcionalidad de la emoción monárquica a la hora de perseguir la deseada
reconciliación entre españoles. Pero sobre los sentimientos prevalecieron los
hechos: la existencia de un Rey que había heredado todos los poderes del
dictador y que libremente renunció a ellos para devolver la soberanía a los
ciudadanos. Y su actitud decidida, repetidas veces demostrada, de defensa de la
democracia frente a las tentativas golpistas y las militaradas. Así nació el juancarlismo, sometido hoy a un proceso
revisionista que nada tiene que ver con la innegable contribución de Juan Carlos I a la recuperación de
nuestras libertades”. Lo cierto es, y así lo contó Adolfo Suárez, que él no se planteó hacer un referéndum sobre la
forma de Estado por temor a una “deriva” indeseable, es decir, que se podía
perder la consulta a favor de la República. Y se prefirió incluir a la
Monarquía representada por Juan Carlos de Borbón en el referéndum el 8 de
diciembre de 1978, quedando aprobada la Constitución Española donde incluía en
el “paquete” la forma de Estado, es decir, la Segunda Restauración borbónica. Franco, frío y calculador, con su “todo atado y bien atado” dejaba
fuera de juego a Juan de Borbón y Battenberg, tercer hijo y heredero de los derechos
dinásticos del último rey de España, exiliado en 1931, al que odiaba, y que no
cedió esos “supuestos derechos” hasta el 14 de mayo de 1977. Ya en 1944, Franco, en la cumbre de su poder escribía
a Juan de Borbón,
entonces instalado en Lausana. Con severidad le recordaba algunas cosas: “a) La
Monarquía abandonó en
1931 el poder a la República. b) Nosotros nos levantamos contra una situación
republicana. c) Nuestro Movimiento no tuvo significación monárquica, sino
española y católica, d) Mola dejó
claramente establecido que el Movimiento
no era monárquico (...) Por lo tanto, el Régimen no derrocó a la Monarquía ni está obligado a su
restablecimiento”. Había un precedente: Juan de Borbón siempre se negó a la
“absoluta identificación con Franco y con su régimen” que se le reclamaba. A
cambio, a partir de la entrevista con el dictador en el yate Azor en 1948, accedió a que su hijo Juan
Carlos se educara en España”. La Primera
Restauración había terminado mal, con el exilio de Alfonso XIII. En España nunca se tuvo en cuenta la opinión de Juan Prim tras el exilio obligado en
septiembre de 1868 de Isabel II, cuando dijo la famosa frase
de “los Borbones nunca más”. Pero lo
que llegó después, Amadeo I, no fue
la solución. Prím había sido asesinado pocos días antes de su llegada a España.
Escribía José Antonio Zarzalejos (El Confidencial, 26/07/18) que “con su abdicación en junio de
2014, se pensaba, el anterior jefe del Estado había
enjugado sus culpas e
irresponsabilidades y evitado que la Corona se contagiase de la crisis que
concernía a su figura”. (….) “Una
abdicación que comenzó a
fraguarse en 2013 y se consumó en junio de 2014, y que se
debió, sí —pero no primordialmente— a razones de salud, pero sobre todo al
deterioro de la reputación de su persona y de la institución”. (…) “La
abdicación del Rey emérito es un episodio inacabado, con consecuencias diferidas”.
(…) “El rey [Felipe VI] se encuentra
en una situación comprometida. Su hermana visitando a su marido recluso en
Brieva, su padre sometido a investigación judicial, su madre mal avenida con la
reina consorte y de nuevo humillada por el rey emérito a propósito de los ecos
de su relación con Corinna Larsen, y
creciendo un movimiento republicano”. Aquí no se salva ni
dios.
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