lunes, 15 de octubre de 2018

Aquí no se salva ni dios



Leo el artículo de Juan Luis Cebrián de hoy en El País. Bajo el título “La Monarquía y los valores republicanos” señala: “Al comienzo de la Transición política se planteó de forma temprana el debate sobre el caso [Monarquía o República]. La Monarquía no gozaba de especial reconocimiento entre la ciudadanía, independientemente de la adscripción ideológica de cada cual. Los herederos directos del franquismo, y de manera singular los falangistas, se habían hartado de cantar a voz en grito en los fuegos de campamento juveniles que “no queremos reyes idiotas que nos quieran gobernar” y la derecha española, salvo un puñado de leales a la Corona, se hallaba dividida en torno a la funcionalidad de la emoción monárquica a la hora de perseguir la deseada reconciliación entre españoles. Pero sobre los sentimientos prevalecieron los hechos: la existencia de un Rey que había heredado todos los poderes del dictador y que libremente renunció a ellos para devolver la soberanía a los ciudadanos. Y su actitud decidida, repetidas veces demostrada, de defensa de la democracia frente a las tentativas golpistas y las militaradas. Así nació el juancarlismo, sometido hoy a un proceso revisionista que nada tiene que ver con la innegable contribución de Juan Carlos I a la recuperación de nuestras libertades”. Lo cierto es, y así lo contó Adolfo Suárez, que él no se planteó hacer un referéndum sobre la forma de Estado por temor a una “deriva” indeseable, es decir, que se podía perder la consulta a favor de la República. Y se prefirió incluir a la Monarquía representada por Juan Carlos de Borbón en el referéndum el 8 de diciembre de 1978, quedando aprobada la Constitución Española donde incluía en el “paquete” la forma de Estado, es decir, la Segunda Restauración borbónica. Franco, frío y calculador, con su “todo atado y bien atado” dejaba fuera de juego a Juan de Borbón y Battenberg, tercer hijo y heredero de los derechos dinásticos del último rey de España, exiliado en 1931, al que odiaba, y que no cedió esos “supuestos derechos” hasta el 14 de mayo de 1977. Ya en 1944,  Franco, en la cumbre de su poder escribía a Juan de Borbón, entonces instalado en Lausana. Con severidad le recordaba algunas cosas: “a) La Monarquía abandonó en 1931 el poder a la República. b) Nosotros nos levantamos contra una situación republicana. c) Nuestro Movimiento no tuvo significación monárquica, sino española y católica, d) Mola dejó claramente establecido que el Movimiento no era monárquico (...) Por lo tanto, el Régimen no derrocó a la Monarquía ni está obligado a su restablecimiento”. Había un precedente: Juan de Borbón siempre se negó a la “absoluta identificación con Franco y con su régimen” que se le reclamaba. A cambio, a partir de la entrevista con el dictador en el yate Azor en 1948, accedió a que su hijo Juan Carlos se educara en España”. La Primera Restauración había terminado mal, con el exilio de Alfonso XIII. En España nunca se tuvo en cuenta la opinión de Juan Prim tras el exilio obligado en septiembre de 1868  de Isabel II, cuando dijo la famosa frase de “los Borbones nunca más”. Pero lo que llegó después, Amadeo I, no fue la solución. Prím había sido asesinado pocos días antes de su llegada a España. Escribía José Antonio Zarzalejos (El Confidencial,  26/07/18) que “con su abdicación en junio de 2014, se pensaba, el anterior jefe del Estado había enjugado sus culpas e irresponsabilidades y evitado que la Corona se contagiase de la crisis que concernía a su figura”. (….) “Una abdicación que comenzó a fraguarse en 2013 y se consumó en junio de 2014, y que se debió, sí —pero no primordialmente— a razones de salud, pero sobre todo al deterioro de la reputación de su persona y de la institución”. (…) “La abdicación del  Rey emérito es un episodio inacabado, con consecuencias diferidas”. (…) “El rey [Felipe VI] se encuentra en una situación comprometida. Su hermana visitando a su marido recluso en Brieva, su padre sometido a investigación judicial, su madre mal avenida con la reina consorte y de nuevo humillada por el rey emérito a propósito de los ecos de su relación con Corinna Larsen, y creciendo un movimiento republicano. Aquí no se salva ni dios.

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