Con
los reyes absolutistas, que mandaban sobre vidas y haciendas, fue costumbre el
apoyo del valido ( y no me refiero a “me gusta cuando bala la ovejita” en
versión de Emilio el Moro) para que
ellos, los reyes, pudieran dedicarse al ocio y al negocio. Pasó con los
Austrias y con los Borbones. Sólo es necesario repasar la historia para saber
lo suficiente sobre el duque de Lerma,
valido de Felipe III; el conde-duque de Olivares, valido de Felipe IV; el jesuita Nithard, valido de Carlos II; Manuel Godoy,
valido de Carlos IV… Y como los
tiempos cambian, ahora aparecen como setas los validos de los presidentes de
Gobierno. Sin pretender hurgar en las llagas de los presidentes anteriores,
llama la atención la presencia de Pablo
Iglesias en todas las salsas desde que Pedro
Sánchez se convirtiese en presidente del Gobierno por una moción de
censura. Y de entonces a acá vemos a Pablo Iglesias redactando borradores de
subidas de salarios mínimos, visitando a políticos presos en cárceles catalanas
y recabando apoyos de los vascos para poder sacar adelante los Presupuestos Generales del Estado. Ahora
sucede que Pablo Iglesias parece ejercer de vicepresidente del Gobierno en la
sombre mientras Sánchez se dedica a viajar “del mundo al otro confín” (como decía
la letra cantada en el cuento del Enano
saltarín) como si se hubiese convertido nada más llegar a La Moncloa en un
viajante de calzoncillos “cañamares”
al por mayor y al detall.
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