viernes, 19 de octubre de 2018

A la deriva



En este país, el Tribunal Supremo, máximo órgano del Poder Judicial, encargado entre otras cosas de juzgar a los aforados, que son legión, parece que haya perdido la aguja de marear. O dicho de otro modo, da la sensación de que intenta marear al ciudadano de a pie por falta de ideas claras. Hoy, sin ir más lejos acaba de dar un “giro jurisprudencial” al espinoso asunto del impuesto sobre las hipotecas. El diario El País mantiene que “el Tribunal Supremo se va a replantear la decisión de ayer mismo que establecía que sea el banco el que pague el gasto de firma de la hipoteca, que ha provocado fuertes caídas en Bolsa a la banca. En una insólita reacción, Luis María Díez-Picazo, presidente de la Sala de lo Contencioso-Administrativo, la que dictó la decisión de ayer jueves, ha optado por frenar los recursos pendientes sobre esta misma cuestión que ya tenían fecha de revisión. Así, se evitará que se aplique la nueva jurisprudencia”. ¿Qué opinan los notarios? ¿Qué opinan los españoles de esa pusilanimidad? ¿Quién paga ahora ese impuesto? ¿El gasto lo paga el cliente como decía la jurisprudencia de la sentencia de febrero? ¿O el banco, como dijo la sentencia de ayer? ¿Hay que aplican un tipo del 0,5% como País Vasco y otras como Andalucía o Aragón que cobran el 1,5%?  Pero en España, ¿en manos de quiénes estamos? Al final pagarán los de siempre, los curritos que desean comprarse una chabola en vertical. La Banca siempre gana en este casino manejado por tahúres. ¿Cuánto han devuelto del dinero prestado a través del ICO?  Decir una cosa y la contraria, como hace el Tribunal Supremo,  sólo ayuda a marear la perdiz, que parece ser de lo que se trata. Pero no pasa nada. La televisión nos entretiene con los Premios Princesa de Asturias, haciendo hincapié en el vestido que luce la consorte del Jefe del Estado y con una puesta en escena que sólo interesa a las porteras. Cuenta  El País que “todos los discursos de los premiados inciden en apelar a los jóvenes para salvar los muebles del porvenir. La incertidumbre y el desasosiego en boca (y como prevención) de gente tan sabia asusta. Y el cielo gris que nublaba Oviedo  resultó coherente con la inquietud que los discursos despedían. Olía a cierta intuición de apocalipsis”. Va a ser verdad lo que mantiene Peñafiel: “Leonor no será reina. Esto no aguanta 30 años”.

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