sábado, 13 de octubre de 2018

La biblioteca y su dueño



Dejó escrito Camilo José Cela que “las bibliotecas particulares son un poco la imagen y semejanza de sus dueños, un poco su vivo retrato. La biblioteca se forma por sedimentación, durante largos años rebosantes de paciencia, y suelen morir, como un perro fiel que no puede aguantar la soledad, con su amo, el hombre que sabía por qué, para qué y en dónde y desde cuándo estaba cada cosa”. Por esa razón, cuando su dueño muere, su herederos limpian la casa de enseres: uno se lleva el paragüero, otro la mesa de comedor, otro el dormitorio…, y la montaña de  libros se entregan al mismo tipo que ha limpiado el cuarto trastero. Se los lleva  y más tarde te los encuentras en una librería de lance, o sobre mesas improvisadas formadas por una tabla y dos caballetes en puestos callejeros. Y allí te los encuentras semana tras semana (pongamos que se exponen cada viernes, como sucede en Collado-Villalba) sin que a nadie les interese lo más mínimo. Muerto el dueño, se acabó su biblioteca para siempre. No tiene vuelta de hoja. No importa si alguno de aquellos volúmenes estaba dedicado por su autor, o si era una edición corta y bien encuadernada, o si había algún libro descatalogado, imposible de adquirir  y lleno de interés. ¿Quién compra hoy una novela de José Francés o de Alberto Insúa?  Nadie, por mucho que la madre de Insúa, Sara Escobar, estuviese emparentada con el cardenal Cisneros.

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