Se
cumplen ahora 100 años desde que el gobierno presidido por Antonio Maura declarara por ley “Fiesta
Nacional con la denominación de Fiesta de la Raza” el 12 de octubre de cada
año. En el ensayo “Ritos de guerras y de
victoria en la España franquista”, Giuliana Di Febo entiende, también el
hispanista Carlos Serrano, que “aquella decisión se debió a razones de política
interna (político y exaltación nacionalista en ambiente de crisis institucional)
así como a la necesidad de superar el aislamiento internacional, derivado de la
neutralidad en la Primera Guerra Mundial, a través del relanzamiento de las
relaciones con los países de América Latina. Y entre los fastos folclóricos y
el fervorín mariano, la “inmortal Zaragoza”, con su sagrada columna, parecía
ser el corazón de la madre protectora y el faro hispánico que guiaba a 22 naciones unidas por la misma lengua. Años
antes, con motivo del primer Centenario de los Sitios, se le había concedido a
la Pilarica honores de capitán
general y se le colocó en uno de sus mantos el fajín y las insignias correspondientes
a ese empleo. A partir de 1936, tras el
golpe de Estado, se transforma en símbolo disputado por los dos bandos en liza.
Pero en la madrugada del día 3 de agosto de ese año, caen cuatro bombas: dos
dentro del templo, una en la plaza del Pilar y otra en el Ebro. “Milagrosamente”
no explosiona ninguna de ellas y los rebeldes explotan (nunca mejor dicho) la “lesión”
sufrida en el arraigado patrimonio cultural, religioso y afectivo y ensalzan lo
que se les antoja como protección sobrenatural hacia la figura de Franco. Pronto se hablará de “cruzada de liberación”. Cuenta ABC de Sevilla (14 de octubre de 1936): “La principal ceremonia tuvo lugar frente al
templo de la Virgen del Pilar, que sufrió algún tiempo los bombardeos aéreos de
los aviadores catalanes. La imagen de la Virgen estaba cubierta con el manto de
Capitana Generala de los ejércitos españoles, que ya no le será quitado hasta
que las tropas entren en Madrid. En la iglesia están expuestas las bombas
arrojadas por los aviones catalanes, caídas cerca de la Virgen y que no llegaron
a estallar”. En la ofrenda al apóstol Santiago,
el 25 de julio de 1937, el cardenal Gomá
marca la referencia entre el abismo de la España materialista y positivista
y la España espiritual refiriéndose a la “Nueva
España”, donde confía en la magnanimidad de Franco auspiciando una paz caracterizada
por la falta de revanchismo de los vencedores. Dijo: “Será una paz cristiana, fruto de la confluencia de pensamiento y
corazón de todos los españoles, garantía de un porvenir venturoso…”. Y en
1940, con ocasión del XIX Centenario de la aparición de la Virgen a Santiago, José María Pemán puso en escena en
Zaragoza su obra teatral “Por la Virgen
capitana”, con éxito de público.
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