Existen muchos libros de estilo para
ayudar a manejar el castellano. Yo conozco varios: el de El País, el de ABC, el de
Paloma González Sánchez… Ahora
aparece “Las dudas más frecuentes del
español” (Espasa) editado por el Instituto Cervantes que dirige Luis García Montero. En él hay cosas
curiosas. Siempre se aprende. Por ejemplo, la elección del topónimo, que
“vendrá determinada por la lengua que se esté utilizando”, verbigracia: me
marcho a Orense, voy a Lérida, llueve en Gerona. Si algo me subleva es ver al
“hombre del tiempo” en los telediarios decir Lleida, Ourense y Girona. Algo parecido me sucede cuando
escucho a determinados políticos a la violeta decir “nosotros y nosotras”. El masculino incluye a los individuos de
ambos sexos por una cuestión de economía y por evitar la redundancia. Para
mayor estupidez, observo que últimamente suele verse escrito con demasiada
frecuencia el símbolo de arroba (@) para referirse a ambos géneros. Si bien es
un componente fundamental en las direcciones de correo electrónico, no debe
utilizarse para identificar a colectivos humanos de ambos sexos. Es un
esnobismo inadecuado. La arroba fue una popular medida de peso y volumen que
tuvo su origen en la Andalucía previa al siglo XVI, cuando esta región española
estaba influenciada por las culturas latina y musulmana. De hecho, la palabra
viene del árabe "ar-roub" o
"ar-ruba", que significa
cuatro (o cuarta parte) porque cuatro arrobas formaban otra unidad mayor (el
"quintal"). La arroba aparece con frecuencia en los viejos libros de
Aritmética de Dalmau Carles o de Bruño a la hora de resolver problemas
de regla de conjunta, donde para su resolución
había que distinguir claramente entre
la cantidad buscada, la cantidad propuesta y sus relaciones. Curiosamente
muchas viejas máquinas de escribir todavía conservan el símbolo @ en su teclado
para indicar el precio unitario de las cosas. Por ejemplo, para indicar que se
vendían 5 bueyes a 60 dólares cada uno, los comerciantes norteamericanos
escribían "5 bueyes @ 60,00$". Por otro lado, en los primeros
teclados para ordenador que llegaron a España no existía la letra eñe (sólo
aparecía presionando ALT+0241 ó 164 teniendo el BloqNum activado), si bien es sabido que no formó parte del Diccionario de la RAE hasta 1803. Por estos pagos todo lo que llega de los
anglosajones parece que adquiriese fuerza de ley. Tenemos un gran complejo con
el idioma inglés. Los colegios de Primaria y los institutos de Secundaria se
tornaron bilingües y a día de hoy se premia a los doctorandos cuyas tesis que
se escriben y se presentan en esa lengua. Digo más: como también recordaba Fernando Lázaro Carreter en “El dardo
en la palabra”, "en España, en las Universidades, sólo existía la categoría
única de profesores jubilados cuando la Ley de Reforma Universitaria introdujo
la variedad de los eméritos, imitando
la peculiaridad norteamericana. Para
alcanzar el rango, la ley dictó una serie de condiciones. Emérito y mérito, sin
embargo, son palabras etimológicamente hermanas, pero con significado
diferente. Emérito, en inglés y en
español ahora, es profesor jubilado con prórroga de su servicio. Y en nuestra
lengua, no equivale a profesor de mérito.
Puede suceder, en consecuencia, que en el emérito
concurran muy pocos méritos”. El
adjetivo emérito, estúpidamente, se
ha añadido a obispos liberados de sus funciones pastorales por la edad, incluso
al anterior jefe del Estado tras su abdicación a la Corona, al que se ha dado
en denominar como rey emérito por
razones que escapan a mi entendimiento. En este caso, los servicios prestados
durante su reinado no se tienen en consideración. Da igual. Es una forma de
distinguir entre el rey en pleno ejercicio de sus funciones de jefe del Estado
y el que ya no lo es. Súum cuique.
jueves, 28 de febrero de 2019
lunes, 25 de febrero de 2019
Caracol en el recuerdo
Oficio de difuntos

sábado, 23 de febrero de 2019
Garbear
Cuando alguien dice “voy a darme
un garbeo”, suele señalar que desea darse un paseo por ver si todo sigue en
orden, despejar la mente con el oreo o, simplemente, deambular un rato por
evitar el sedentarismo, que es nocivo para el aparato circulatorio. Pero el
verbo garbear no pertenecen a la
jerga delincuente, sino a otra particularísima, considerando que ese verbo no
se ha empleado más que refiriéndose al modo de vivir de los soldados que se
procuraban por medio del pillaje aquello de que carecían para mantenerse
fisiológicamente, en la época en que las pagas eran menos corrientes que el
hambre. Por tanto es un vocablo de germanías, según aparece en el Vocabulario de germanía, de Juan Hidalgo, publicado en distintas
épocas desde 1609; y en la consideración que sobre ello hace Antonio de Sancha en 1779. No cabe
duda, por tanto, que “darse un garbeo”
pertenece a un lenguaje jergal. Lo malo viene hoy cuando un político decide
darse un garbeo, que entonces sí pertenece a la jerga delincuente. Cuando un
servidor de lo público decide darse un garbeo quiere apuntar que desea “ir por atún y ver al duque”, como sucedía
con aquellos personajes, más bien juguetes rotos, de la novela de Arturo Pérez Reverte, “Las
aventuras del capitán Alatriste”, donde se da cuenta de las miserias de un soldado
veterano de los tercios de Flandes que malvive como espadachín a sueldo en el
Madrid del siglo XVII. En aquella
novela, digo, sí estaría medianamente razonado procurarse del pillaje por
sobrevivir. El hambre, y eso lo sabe bien en España todo el que sufrió una cartilla de racionamiento que duró hasta
1953, todo lo devora. Pero el político que, disconforme con el abultado sueldo
que recibe del Estado, busca afanosamente el modo de enriquecerse de forma
corrupta produce sonrojo ajeno. Utilizar otros “garbeos”, en este caso delincuenciales, para intentar lograr oscuros
deseos depredadores parece cosa natural en esta oligarquía de partidos hábilmente rebozada de monarquía
parlamentaria, como los calamares de los bocadillos de El Brillante. Y a veces hasta lo consigue el malhechor. Y en no
pocas ocasiones, el mangante de cuello blanco se alza con el santo y con la
peana, fruto de su ruindad devastadora y
sin que jamás se le juzgue e ingrese en prisión. ¿Qué se puede esperar del
engranaje de Estado cuando la actual vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo Poyato, dijese, siendo
ministra de Cultura durante la presidencia de Rodríguez Zapatero, que el dinero público no es de nadie? Una de
dos: o se equivocó pasándose de frenada; o quiso apuntar que el dinero público
es de aquellos que se dan un garbeo silbando “Orquídeas a la luz de la luna” sin luz ni taquígrafos.
viernes, 22 de febrero de 2019
¡Ya está bien de qué!
El columnista de ABC,
Hermann Tertsch
se acaba de lucir hoy con su artículo “¡Ya
está bien!” en las páginas de opinión de ese diario conservador. A propósito
de la inminente exhumación de Franco
en la Sierra de Guadarrama para ser enterrado donde dispongan sus familiares o,
en su defecto, donde decida el Gobierno, señala: “Abogados
advertían en burofaxes a funerarias y obreros que de obedecer ciertas órdenes
del actual jefe de Gobierno, incurrirían en un grave delito que podría
llevarlos a la cárcel para años. Nadie ha confirmado la inminencia de la acción
pero sí los preparativos para incumplir la ley, ignorar al Supremo, asaltar una
basílica con su extraterritorialidad, atropellar a los monjes titulares del
recinto sagrado, profanar la tumba, sacar al cadáver momificado y llevárselo en
contra de la voluntad de la familia del muerto y nadie sabe adónde”. ¿Quién le ha dicho a Tertsch que el
Gobierno que preside Pedro Sánchez pretende saltar por encima de las decisiones
de tan alta Magistratura? Doy por sentado, y me juego doble contra sencillo, a que
esos “abogados”, a los que hace
referencia Tertsch, son los patrocinadores
de la Asociación Francisco Franco
o de la familia del dictador, a la que España le interesa una mierda. Unos y
otros sólo pretenden que la momia del sátrapa siga en el Valle de los Caídos, cuyos enormes gastos de mantenimiento corren a
cargo de Patrimonio Nacional, es
decir, de todos los ciudadanos, sean trasladados a la cripta de Catedral de la Almudena, para que el
centro de Madrid se convierta en foco de peregrinación constante de fascistas
rencorosos y de nostálgicos de un pasado gris marengo e inquietante que no
volverá por más que se empeñe un ramillete de ultraderechistas de la más baja
estofa. Pero Tertsch no deja ahí la
cosa. Él, a lo suyo: “Se pretende tratar a Franco como si fuera un vulgar
genocida cuando es el origen incontestable de la legalidad que nos ha dado 40
años de democracia. Y que se funda en un orden tras una guerra civil trágica
cuya principal culpa es de todos, pero si de alguien más, de los perdedores”.
Mejor no sigo. Ahora resulta que la culpa del golpe de Estado de 1936 es de los
defensores de la legalidad de la II República, entonces vigente. Hoy, 22 de
febrero (aquel día Miércoles de Ceniza), hace justo 80 años de la muerte en el
exilio de Antonio Machado, que debía
de ser un basilisco rojo hasta la grosería, con hachones por patillas y un rabo
de siete colas con el que lanzaba trallazos a todo lo que se movía. ¡Lo que hay
que leer!
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