domingo, 3 de febrero de 2019

"Culecas"




Por san Blas el sol gana una hora la noche. Por eso en los pueblos aragoneses es fácil escuchar el dicho “por san Blas, hora y más”. Comenzamos a salir del letargo invernal y desde la Candelaria, cuando el protocolo exige retirar los belenes, todo se convierte en un sin vivir de fastos, romerías, comidas campestres y carnavaladas. Los habitantes del pueblo aragonés de Ateca, coincidiendo con la fiesta de san Blas, lanzan manzanas contra “La Máscara”, que es como una variante del turiasonense  “Cipotégato”, que esquiva tomates vestido de alegres colores. Luego llega santa Águeda, donde las mujeres reivindican que existen, como Teruel; el jueves lardero, con meriendas campestres y el “palmo” en el puchero; el Carnaval, con festejos, charangas, confetis y matasuegras; y el entierro de la sardina, que empalma con el mal agüero del Miércoles de Ceniza, donde en los templos los sacerdotes dicen aquello de “polvo eres…”, en un vano intento de aguarnos la francachela con el ayuno, la abstinencia y los tamos de otros légamos. Más tarde llegan las romerías a las ermitas y la degustación de las “culecas” (posible es que se trate de un barbarismo o metátesis de “clueca”,  es decir, gallina que está en la cloquez), esa especie de bollo dulce horneado, con el añadido de uno o dos huevos duros en el centro (no sé si puestos por la gallina Turuleca), a modo de nido, a los que no se les quita la cáscara hasta el tiempo de comerlos, y que siempre me produjeron una tremenda acidez estomacal. En Calatayud, sin embargo, parece que era costumbre comer la “culeca” el domingo precedente al Domingo de Ramos. En una guía virtual del Ayuntamiento bilbilitano pude leer que “nació esta piadosa tradición como fines propiciatorios, ya que esta constituía la única comida del día y era la celebración de un ayuno voluntario como preparación a la Semana Santa. En esta ocasión los bilbilitanos se reunían en el paraje inmediato a la ermita de San Lázaro donde hasta el siglo XVIII hubo una leprosería. Allí, “formalizaban un acto de caridad con los más necesitados, compartiendo un pan al que se le adherían  uno o dos huevos cocidos como complemento a su mermada dieta. De un acto caritativo y penitencial se convirtió en un acto festivo y el pan poco a poco se fue transformando en una torta dulce a la que no le faltaba el añadido de huevos incrustados en la masa, tal y como lo conocemos hoy”. Lo siento por ellos. Todavía no se habían inventado  los comprimidos masticables de “Almax” contra el reflujo gastroesofágico. También las “culecas” se consumen en otros lugares de La Rioja y en la navarra Tudela durante la Romería del Cristo, como señala Luis María Marín Royo en su libro “Costumbres, tradiciones y maneras de vivir”. En ese libro cuenta su autor que “las primeras noticias sobre estas cluecas o culecas se encuentran en un anuncio de 1887 en el periódico tudelano Diario de Avisos. En él la Confitería de Castro pone en conocimiento de la ciudadanía que ha comenzado la fabricación de cluecas, asegurando que ‘los parroquianos quedarán tan complacidos como todos los años’; para añadir a renglón seguido, que también fabrica ‘cluecas de tortada con longaniza y ternera’. En 1889, sigue diciendo Marín, la Confitería y Abacería de la Viuda de Boldoba e hijos, anunciaba cluecas de leche, con precios entre un real y siete”.

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