Por
san Blas el sol gana una hora la
noche. Por eso en los pueblos aragoneses es fácil escuchar el dicho “por san Blas, hora y más”. Comenzamos a
salir del letargo invernal y desde la Candelaria, cuando el protocolo exige
retirar los belenes, todo se convierte en un sin vivir de fastos, romerías,
comidas campestres y carnavaladas. Los habitantes del pueblo aragonés de Ateca,
coincidiendo con la fiesta de san Blas, lanzan manzanas contra “La Máscara”, que es como una variante
del turiasonense “Cipotégato”, que esquiva tomates vestido de alegres colores. Luego
llega santa Águeda, donde las
mujeres reivindican que existen, como Teruel; el jueves lardero, con meriendas
campestres y el “palmo” en el puchero; el Carnaval, con festejos, charangas, confetis
y matasuegras; y el entierro de la
sardina, que empalma con el mal agüero del Miércoles de Ceniza, donde en
los templos los sacerdotes dicen aquello de “polvo
eres…”, en un vano intento de aguarnos la francachela con el ayuno, la
abstinencia y los tamos de otros légamos. Más tarde llegan las romerías a las
ermitas y la degustación de las “culecas”
(posible es que se trate de un barbarismo o metátesis de “clueca”, es decir, gallina que está en la cloquez),
esa especie de bollo dulce horneado, con el añadido de uno o dos huevos duros
en el centro (no sé si puestos por la gallina
Turuleca), a modo de nido, a los que no se les quita la cáscara hasta el
tiempo de comerlos, y que siempre me produjeron una tremenda acidez estomacal.
En Calatayud, sin embargo, parece que era costumbre comer la “culeca” el domingo precedente al
Domingo de Ramos. En una guía virtual del Ayuntamiento bilbilitano pude leer
que “nació esta piadosa tradición como fines
propiciatorios, ya que esta constituía la única comida del día y era la
celebración de un ayuno voluntario como preparación a la Semana Santa. En esta
ocasión los bilbilitanos se reunían en el paraje inmediato a la ermita de San
Lázaro donde hasta el siglo XVIII hubo una leprosería. Allí, “formalizaban un
acto de caridad con los más necesitados, compartiendo un pan al que se le
adherían uno o dos huevos cocidos como complemento a su mermada dieta. De
un acto caritativo y penitencial se convirtió en un acto festivo y el pan poco
a poco se fue transformando en una torta dulce a la que no le faltaba el
añadido de huevos incrustados en la masa, tal y como lo conocemos hoy”. Lo
siento por ellos. Todavía no se habían inventado los comprimidos masticables de “Almax” contra el reflujo
gastroesofágico. También las “culecas”
se consumen en otros lugares de La Rioja y en la navarra Tudela durante la Romería del Cristo, como señala Luis María Marín Royo en su libro “Costumbres, tradiciones y maneras de
vivir”. En ese libro cuenta su autor que “las primeras noticias
sobre estas cluecas o culecas se encuentran en un anuncio de 1887 en el
periódico tudelano Diario de Avisos.
En él la Confitería de Castro pone en
conocimiento de la ciudadanía que ha comenzado la fabricación de cluecas,
asegurando que ‘los parroquianos quedarán tan complacidos como todos los años’;
para añadir a renglón seguido, que también fabrica ‘cluecas de tortada con
longaniza y ternera’. En 1889, sigue diciendo Marín, la Confitería y Abacería de la Viuda de Boldoba e hijos, anunciaba
cluecas de leche, con precios entre un real y siete”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario