En 1985 apareció el libro de fotografías, “Duendes, entes y mojigangas”,
(Ediservice, Madrid. 80 pp.) de Benito
Román al que le hizo un excelso y breve prólogo Camilo José Cela, y donde éste señala que “la herramienta de la
fotografía es el ojo humano encaramado al literario trípode con el que también
se escribe la historia, aunque no queramos; sus tres patas son el volumen, la
silueta y la anécdota”. En la memoria popular siguen existiendo dos Españas:
una cañí, plasmada en el color sepia del daguerrotipo, en el viaje a Las Hurdes, en 1922, donde se
puede ver a Alfonso XIII cabalgando
junto a Gregorio Marañón más galán
que Mingo; en la hambruna de la
posguerra sacando del cuello los corbatines de los maestros de escuela; en los
camareros de bata azulona y los vinagrillos en las barras de los ambigús; en
los codazos de aficionados por sacar a hombros por la puerta grande a los
toreros de postín; y en los cafetines de puertas giratorias saturados de humo y
con olor a chotuno, donde se despachaban
cafés ni fu ni fa, tirando a fa; y, otra España multicolor, o sea, la España
del pijerío de la americana apretada, los zapatos sin calcetines y los pantalones de pitillo, del rojerío siempre
insatisfecho, y de las vanidades que enseñan las teles a falta de mejor cosa
que ofrecer. Hoy, en la sala de espera del dentista he podido hojear una
revista de la bragueta, o del corazón, según se mire, donde aparecía la
consorte del Rey, a la que le asomaban en
su cabeza cuatro canas postizas cerca de su real colodrillo, como si hubiesen
sido pintadas ex profeso por Ricardo Macarrón, fallecido en 2004, donde
por su paleta pasaron cuatro generaciones de Borbones, desde la consorte de Alfonso XIII, que regresó viva por un día, cuando todos los españoles la
creíamos muerta, para amadrinar a su bisnieto, y que regresó muerta para siempre dispuesta a
ocupar un reservado sarcófago en El Escorial. Juan Macarrón, el padre de Benito, fue el encargado de embalar las
pinturas del Museo del Prado cuando comenzaron los bombardeos de los rebeldes
sobre Madrid. Y, como digo, Benito Macarrón pintó a cuatro generaciones de
Borbones porque, además de haber pintado a Victoria
Eugenia de Battenberg en 1967; pintó
a la condesa de Barcelona en 1971; a don
Juan, en 1972 (cuyo retrato fue reproducido en los sellos de Correos el año
siguiente); a Juan Carlos I y a su
consorte, al entonces Príncipe de Asturias y a las infantas. Se le escapó
pintar a Franco, al que sólo Campúa retrataba de cuerpo entero
luciendo sus habilidades.
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