jueves, 14 de febrero de 2019

Entre el volumen, la silueta y la anécdota



En 1985 apareció el libro de fotografías, “Duendes, entes y mojigangas”, (Ediservice, Madrid. 80 pp.) de Benito Román al que le hizo un excelso y breve prólogo Camilo José Cela, y donde éste señala que “la herramienta de la fotografía es el ojo humano encaramado al literario trípode con el que también se escribe la historia, aunque no queramos; sus tres patas son el volumen, la silueta y la anécdota”. En la memoria popular siguen existiendo dos Españas: una cañí, plasmada en el color sepia del daguerrotipo,  en el viaje a Las Hurdes, en 1922, donde se puede ver a Alfonso XIII cabalgando junto a Gregorio Marañón más galán que Mingo; en la hambruna de la posguerra sacando del cuello los corbatines de los maestros de escuela; en los camareros de bata azulona y los vinagrillos en las barras de los ambigús; en los codazos de aficionados por sacar a hombros por la puerta grande a los toreros de postín; y en los cafetines de puertas giratorias saturados de humo y con olor a chotuno,  donde se despachaban cafés ni fu ni fa, tirando a fa; y, otra España multicolor, o sea, la España del pijerío de la americana apretada, los zapatos sin calcetines y los  pantalones de pitillo, del rojerío siempre insatisfecho, y de las vanidades que enseñan las teles a falta de mejor cosa que ofrecer. Hoy, en la sala de espera del dentista he podido hojear una revista de la bragueta, o del corazón, según se mire, donde aparecía la consorte del Rey,  a la que le asomaban en su cabeza cuatro canas postizas cerca de su real colodrillo, como si hubiesen sido pintadas ex profeso por Ricardo Macarrón, fallecido en 2004, donde por su paleta pasaron cuatro generaciones de Borbones, desde la consorte de Alfonso XIII, que regresó viva por un día, cuando todos los españoles la creíamos muerta, para amadrinar a su bisnieto,  y que regresó muerta para siempre dispuesta a ocupar un reservado sarcófago en El Escorial. Juan Macarrón, el padre de Benito, fue el encargado de embalar las pinturas del Museo del Prado cuando comenzaron los bombardeos de los rebeldes sobre Madrid. Y, como digo, Benito Macarrón pintó a cuatro generaciones de Borbones porque, además de haber pintado  a Victoria Eugenia de Battenberg en 1967;  pintó a la condesa de Barcelona en 1971;  a don Juan, en 1972 (cuyo retrato fue reproducido en los sellos de Correos el año siguiente); a Juan Carlos I y a su consorte, al entonces Príncipe de Asturias y a las infantas. Se le escapó pintar a Franco, al que sólo Campúa retrataba de cuerpo entero luciendo sus habilidades.

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