lunes, 11 de febrero de 2019

Jabón de Carabaña

Leo hoy en ABC que en la estación “Sevilla”, en la Línea 2 del suburbano madrileño explotado por la Comunidad de Madrid, que preside Ángel Garrido, se ha descubierto un anuncio de 1924 de estilo Art Decó tapado por un muro y realizado mediante alicatado de azulejos, donde se divulgaba: “Jabón sales de Carabaña, insuperable para la piel”. De la “eñe” de Carabaña brota una bella mujer con un elegante vestido bruno.  El anuncio fue tomado de un trabajo de Roberto Martínez-Anido Baldrich (1895-1959), ilustrador durante los años 20 de las páginas de la revista Blanco y Negro, editada por Prensa Española. La directora general de Patrimonio, Paloma Sobrini,  ha manifestado al diario monárquico de Vocento que el anuncio será limpiado y colocado de nuevo en un sitio visible de esa estación, entre las dos escaleras de acceso a los andenes. El Art Decó, proveniente  en buena medida del Cubismo, el Constructivismo ruso y el Futurismo italiano, se basó en la geometría imperante del cubo, la esfera, la línea recta y los zigzags, y se desarrolló en el periodo de entreguerras (1920-39) tanto en Europa como en América, alcanzando su máximo esplendor en 1925, con motivo de la Exposición Internacional de Artes Decorativas de París. Hurgando en las hemerotecas, descubro un magistral reportaje de Moncho Alpuente en El País (“Orgullo y pasión”, 11/07/96) donde se hace referencia al agua de Carabaña. Cuenta Alpuente: “Medicinal y sulfurosa, ganó justa fama como laxante y purgante de probada eficacia, atrayendo sobre sí el odio eterno de millares de niños, un odio sólo equiparable con el que provocaba el infame aceite de ricino, o el reconstituyente y hediondo aceite de hígado de bacalao”. (…) “Las sales minerales que surgen por evaporación de estas, aguas sirven también para la elaboración de un jabón ‘insustituible’ en la eliminación de manchas, espinillas, barros, acné, etcétera”. Alpuente elogia, de paso, la Semana Santa de Carabaña. De ahí su título. “Moisés, rubio y fornido centurión, -describe Alpuente- se reparte con un compañero el trabajo de flagelar con verismo las espaldas del protagonista de la función. Algo debe doler, porque Moisés es partidario del realismo, aunque luego, en los días posteriores a la ceremonia, los niños del pueblo, incluidos sus sobrinos, no quieran ni verle y se echan a llorar  cuando se aproxima”. Moisés era entonces, no sé ahora, un vecino de Carabaña que regentaba un bar y que vivía la Pasión con devoción inusitada, participando en sus performances como si fuese un actor de cine. De paso, Alpuente hacía referencia “a la importancia que dieron los periódicos al asunto del desvío de las aguas del Tajuña a su paso por el molino propiedad del hoy  [por entonces] vicepresidente Rodrigo Rato. El agua, dicen, siempre pasó por allí para volver luego al río, es lo que se llama un ladrón”.  Cierto es que el agua de Carabaña, sobre todo el agua del cerro de Cabeza Gorda, mueve el vientre y produce apretones por su alta concentración de sulfato de sodio. A finales del siglo XIX, Ruperto Chávarri supo sacar partido de esas aguas a partir del momento en las que fueron consideradas por asociaciones científicas como dignas de obtener el certificado de aguas minero-medicinales, en 1883.  A partir de entonces,  Chávarri  compró las tierras circundantes para poder explotar mejor la fuente y se vio obligado a construir un balneario, condicionado por una ley promulgada un año antes que exigía que, quienes explotasen aguas medicinales estaban en la obligación de abrir balnearios para que los pacientes pudieran beneficiarse de ellas. Posiblemente esa ley fue la causa de que se abriesen multitud de balnearios en España a finales de ese siglo. Del mismo modo, a  principios del siglo XX se comenzó a hablar de la “crenoterapia” (del griego krene, manantial) por el médico francés Louis Landouzy. Mucho queda por decir sobre aguas, balnearios y termalismo social. Ya en 1962,  el Consejo de Europa estableció que los habitantes de los países asociados podrían utilizar, en igualdad de derechos y obligaciones, las aguas minero-medicinales emergentes en todo el territorio común  (hoy comprendido en el espacio Schengen) y, además, que el intercambio de enfermos conllevaría el de médicos y técnicas entre los Estados miembros de la UE.  Pero, pese a que han transcurrido casi 57 años desde aquella directiva, queda mucho trabajo aún por desarrollar.

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