Leo hoy en ABC
que en la estación “Sevilla”, en la Línea 2 del suburbano madrileño explotado
por la Comunidad de Madrid, que preside Ángel Garrido, se ha descubierto un anuncio de 1924 de estilo Art
Decó tapado por un muro y realizado mediante alicatado de azulejos, donde se divulgaba:
“Jabón sales de Carabaña, insuperable
para la piel”. De la “eñe” de Carabaña brota una bella mujer con un
elegante vestido bruno. El anuncio fue
tomado de un trabajo de Roberto
Martínez-Anido Baldrich (1895-1959), ilustrador durante los años 20 de las
páginas de la revista Blanco y Negro,
editada por Prensa Española. La directora general de Patrimonio, Paloma Sobrini, ha manifestado al diario monárquico de
Vocento que el anuncio será limpiado y colocado de nuevo en un sitio visible de
esa estación, entre las dos escaleras de acceso a los andenes. El Art Decó,
proveniente en buena medida del Cubismo,
el Constructivismo ruso y el Futurismo italiano, se basó en la geometría
imperante del cubo, la esfera, la línea recta y los zigzags, y se desarrolló en
el periodo de entreguerras (1920-39) tanto en Europa como en América, alcanzando
su máximo esplendor en 1925, con motivo de la Exposición Internacional de Artes
Decorativas de París. Hurgando en las hemerotecas, descubro un magistral
reportaje de Moncho Alpuente en El País (“Orgullo y pasión”, 11/07/96) donde se hace referencia al agua de
Carabaña. Cuenta Alpuente: “Medicinal y sulfurosa, ganó justa fama como laxante
y purgante de probada eficacia, atrayendo sobre sí el odio eterno de millares
de niños, un odio sólo equiparable con el que provocaba el infame aceite de
ricino, o el reconstituyente y hediondo aceite de hígado de bacalao”. (…) “Las
sales minerales que surgen por evaporación de estas, aguas sirven también para
la elaboración de un jabón ‘insustituible’ en la eliminación de manchas, espinillas,
barros, acné, etcétera”. Alpuente elogia, de paso, la Semana Santa de Carabaña.
De ahí su título. “Moisés, rubio y
fornido centurión, -describe Alpuente- se reparte con un compañero el trabajo
de flagelar con verismo las espaldas del protagonista de la función. Algo debe
doler, porque Moisés es partidario del realismo, aunque luego, en los días
posteriores a la ceremonia, los niños del pueblo, incluidos sus sobrinos, no
quieran ni verle y se echan a llorar cuando se aproxima”. Moisés era entonces, no
sé ahora, un vecino de Carabaña que regentaba un bar y que vivía la Pasión con
devoción inusitada, participando en sus performances como si fuese un actor de
cine. De paso, Alpuente hacía referencia “a la importancia que dieron los
periódicos al asunto del desvío de las aguas del Tajuña a su paso
por el molino propiedad del hoy [por entonces]
vicepresidente Rodrigo Rato. El
agua, dicen, siempre pasó por allí para volver luego al río, es lo que se llama
un ladrón”. Cierto es que el agua de Carabaña, sobre todo
el agua del cerro de Cabeza Gorda, mueve el vientre y produce apretones por su
alta concentración de sulfato de sodio. A finales del siglo XIX, Ruperto Chávarri supo sacar partido de
esas aguas a partir del momento en las que fueron consideradas por asociaciones
científicas como dignas de obtener el certificado de aguas minero-medicinales,
en 1883. A partir de entonces, Chávarri
compró las tierras circundantes para poder explotar mejor la fuente y se vio obligado a
construir un balneario, condicionado por una ley promulgada un
año antes que exigía que, quienes explotasen aguas medicinales estaban en la
obligación de abrir balnearios para que los pacientes pudieran beneficiarse de
ellas. Posiblemente esa ley fue la causa de que se abriesen multitud de
balnearios en España a finales de ese siglo. Del mismo modo, a principios del siglo XX se comenzó a hablar de
la “crenoterapia” (del griego krene, manantial) por el médico francés Louis Landouzy. Mucho queda por decir
sobre aguas, balnearios y termalismo social. Ya en 1962, el Consejo de Europa estableció que los
habitantes de los países asociados podrían utilizar, en igualdad de derechos y
obligaciones, las aguas minero-medicinales emergentes en todo el territorio común
(hoy comprendido en el espacio Schengen) y, además, que el intercambio de enfermos conllevaría
el de médicos y técnicas entre los Estados miembros de la UE. Pero, pese a que han transcurrido casi 57 años
desde aquella directiva, queda mucho trabajo aún por desarrollar.
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