Cuando la gente del medio rural acudía a Zaragoza
con motivo de cualquier evento, verbigracia la Feria de Maquinaria Agrícola, aprovechaban la jornada, de tren a
tren, para comprar lotería en” “El
Rosario” por si las moscas, dar una vuelta por la droguería “Alfonso”, que era casi parada obligada,
por los bares de El Tubo para echarse al coleto un bocadillos de calamares en
la “Viña P”, y comprar semillas en Casa Gavín, en uno de los laterales del
Mercado Central, que abriría sus puertas al público en 1903, o sea, tres años más
tarde que la casa de semillas. Y si quedaba algo de tiempo libre antes de tomar
partir de regreso a casa en el “ómnibus
Arcos”, no faltaba una visita a El
Plata, para ver actuar in situ a Irma la Dulce o las Hermanas Castillo interpretando “La pulga” al son que marcaban los tres
músicos de costumbre: el batería, el del saxo y el del piano, don Julio, que
era de Gallur y entre fragmento y fragmento daba unas chupadas a su cigarro de “Ideales”, que siempre dejaba posado
sobre un platillo de taza de café. Otra alternativa para calmar el cansancio de
una jornada ajetreada pasaba por sentarse en un diván de los Antiguos Espumosos, en los porches del
Paseo de la Independencia. Pues bien, hoy me entero por Heraldo de Aragón, que cierra Casa
Gavín después de 120 años de actividad, fundado en 1900 por Saturnino Gavín Abadías. El establecimiento
que ahora baja la persiana definitivamente se encuentra en un edificio
proyectado por el arquitecto José de
Yarza para Conrado Hernández Pardo.
La tienda tiene la fachada y unos anaqueles modernistas en madera de roble
americano ideados por Ricardo Magdalena.
Casa Gavín recibió una distinción en
la I Exposición Nacional de Horticultura.
Saturnino Gavín falleció en 1961, y
en 2003 recibió una de las distinciones concedidas por la Fundación Basilio Paraiso por tratarse de un comercio centenario.
El negocio había pasado a su hijo José,
que murió en 1972. A partir de entonces se hizo cargo del negocio su viuda, María Pilar
Ramírez Ruanes. Ahora habrá que cantarle a ese viejo comercio el “Libera me Dómine de morte aeternae” en
gregoriano (del viejo Oficio de Difuntos), que suena a trascendente e
inexorable. Todo acaba. Todo tiende a la estratificación, también los viejos
negocios.
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