Desde que las cajas de ahorros se convirtieron en
bancos, las comisiones de esas nuevas sociedades mercantiles rayan la usura. Pues
nada, ¡vivan las naranjas! Yo tengo dos cuentas en la misma caja, perdón, en el
mismo banco. En una de ellas me ingresan la exigua paga mensual; la otra la
tengo disponible para todo lo que hace referencia a la administración y
custodia de mis cuatro valores, cuatro, de
chicha y nabo, que es una expresión de amplio espectro, como la penicilina
sintética. Porque, mire, querido lector, cuando decimos ni chicha ni limonada contraponemos una sana bebida, la limonada, a otra cosa desconocida e inclasificable, sin
pretender ser grosero. Pero en chicha y
nabo ya nos vemos obligados a recurrir a Francisco de Quevedo, cuando éste hace referencia a sus batallas nabales asimilando al nabo a la
parte más altiva de la recia anatomía masculina. Ya el hecho de que me cobren
comisión (ellos le llaman “derechos de custodia”) por una deuda anotada me parece de cuchufleta.
Primero, no custodian nada, ni siquiera los resguardos de esos valores.
Segundo, las comisiones de mantenimiento y custodia de la cuenta es tan
desproporcionada que da la sensación de que el cliente estuviese pagando en cómodos
plazos la pesada custodia del altar mayor de la Catedral de Lugo. Pero hay todavía
algo más triste. Hace ya muchos años,
estaba descontento con aquella caja aragonesa, que ahora es banco, y decidí
marcharme con la hucha del cerdito (en aragonés se denomina mijarreta) a otra entidad, también
aragonesa y pésimamente manejada por el Arzobispado, y que más tarde fue absorbida
junto a otras dos entidades de ahorro por la actual, la del “vamos”, en la que ahora tengo mis
mínimos ahorros para poder hacer frente
a los pagos de la luz, el agua, el IBI, la basura, etcétera, y que acaba de
inventarse ese eslogan que produce carcajeo: “Banco X, “vamos”. Lo que no cuenta el “sesudo” personajillo que
inventó lo de “vamos” es hacia dónde.
Acaso haya que preguntárselo al doctor
Franz de Copenhague. Y eso me inquieta. Un eslogan publicitario bancario, a
mi entender, debe de servir para dar
confianza a los clientes que confían su dinero. Lo de “vamos” también lo dijo Colón
sin saber adónde iba en su primer viaje, y a punto estuvo el célebre marino de
que los marineros de leva lo tirasen por la borda, de no haber sonado poco
antes el grito de “¡tierra!” lanzado
por Rodrigo de Triana aquel famoso
12 de octubre de 1492, cuando avistó Guanahaní pensando que había arribado a la
India. “Vamos” sólo se debe decir cuando
se está seguro de hacia dónde se camina. Claro, luego pasa lo que pasa, que el nuevo banco, antes caja, sale un día al parqué
del Mercado Continuo, le hacen unos
barandilleros extranjeros una OPA hostil
pensando que se trata de un chicharro con subidas espectaculares, o cayendo
durante décadas, y termina siendo, más que un tobogán, un jurel en escabeche,
sin saber si termina en manos de inversores agresivos que quedan apalancados
hasta el fin de los siglos, o de una
corporación bancaria inglesa, alemana, o de la China-na, China-na, como
en La Verbena de la Paloma. Toma un
churrito, mi niña, toma, y no seas endrina-na, que me vas a matar.
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