martes, 19 de febrero de 2019

Toma un churrito, mi niña, toma...




Desde que las cajas de ahorros se convirtieron en bancos, las comisiones de esas nuevas sociedades mercantiles rayan la usura. Pues nada, ¡vivan las naranjas! Yo tengo dos cuentas en la misma caja, perdón, en el mismo banco. En una de ellas me ingresan la exigua paga mensual; la otra la tengo disponible para todo lo que hace referencia a la administración y custodia de mis cuatro valores, cuatro, de chicha y nabo, que es una expresión de amplio espectro, como la penicilina sintética. Porque, mire, querido lector, cuando decimos ni chicha ni limonada contraponemos una sana bebida, la limonada,  a otra cosa desconocida e inclasificable, sin pretender ser grosero. Pero en chicha y nabo ya nos vemos obligados a recurrir a Francisco de Quevedo, cuando éste hace referencia a sus batallas nabales asimilando al nabo a la parte más altiva de la recia anatomía masculina. Ya el hecho de que me cobren comisión  (ellos le llaman “derechos de custodia”)  por una deuda anotada me parece de cuchufleta. Primero, no custodian nada, ni siquiera los resguardos de esos valores. Segundo, las comisiones de mantenimiento y custodia de la cuenta es tan desproporcionada que da la sensación de que el cliente estuviese pagando en cómodos plazos la pesada custodia del altar mayor de la Catedral de Lugo. Pero hay todavía algo más triste.  Hace ya muchos años, estaba descontento con aquella caja aragonesa, que ahora es banco, y decidí marcharme con la hucha del cerdito (en aragonés se denomina mijarreta) a otra entidad, también aragonesa y pésimamente manejada por el Arzobispado, y que más tarde fue absorbida junto a otras dos entidades de ahorro por la actual, la del “vamos”, en la que ahora tengo mis mínimos ahorros  para poder hacer frente a los pagos de la luz, el agua, el IBI, la basura, etcétera, y que acaba de inventarse ese eslogan que produce carcajeo: “Banco X, “vamos”. Lo que no cuenta el “sesudo” personajillo que inventó lo de “vamos” es hacia dónde. Acaso haya que preguntárselo al doctor Franz de Copenhague. Y eso me inquieta. Un eslogan publicitario bancario, a mi entender,  debe de servir para dar confianza a los clientes que confían su dinero. Lo de “vamos” también lo dijo Colón sin saber adónde iba en su primer viaje, y a punto estuvo el célebre marino de que los marineros de leva lo tirasen por la borda, de no haber sonado poco antes el grito de “¡tierra!” lanzado por Rodrigo de Triana aquel famoso 12 de octubre de 1492, cuando avistó Guanahaní pensando que había arribado a la India. “Vamos” sólo se debe decir cuando se está seguro de hacia dónde se camina. Claro, luego pasa lo que pasa, que el  nuevo banco, antes caja, sale un día al parqué del  Mercado Continuo, le hacen unos barandilleros extranjeros una  OPA hostil pensando que se trata de un chicharro con subidas espectaculares, o cayendo durante décadas, y termina siendo, más que un tobogán, un jurel en escabeche, sin saber si termina en manos de inversores agresivos que quedan apalancados hasta el fin de los siglos, o de una  corporación bancaria inglesa, alemana, o de la China-na, China-na, como en La Verbena de la Paloma. Toma un churrito, mi niña, toma, y no seas endrina-na, que me vas a matar.

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