No me canso de releer artículos de Claudio Sánchez-Albornoz, muchos de ellos
escritos en Buenos Aires rayando casi los noventa años, cuando lo normal es que
a esa edad no se tengan firmes las piernas ni demasiada lúcida la mente. Las
piernas no sé, pero la mente la tenía don Claudio muy despierta. En uno de sus
artículos (“Aún. Del pasado y del
presente”. Austral. 1984) Sánchez Albornoz cuenta cuando en 1981 ó 1982 una
de sus hijas fue a visitarle para “acompañarle en su terrible soledad”. Y
describe algo que le contó su hija y que le dejó estupefacto. Dice: “Anoche me
sorprendió con la noticia de que una de sus conocidas, residente en Bilbao, fue
un día de compras al mercado, tropezó con unas lechugas que le complacieron y
se dispuso a comprarlas. Pero la vendedora, una campesina vasca, le dijo:
--No señora, no las compre, esas lechugas son
extranjeras; han venido de Burgos.--
Por asociación de ideas, en ese capítulo
Sánchez-Albornoz recuerda cuando siendo un jovenzuelo cada mañana aparecía por
la madrileña plaza de Celenque (en Arenal, adyacente a la plaza de las
Descalzas) una vendedora ambulante que, después de haber echado pestes viendo
un anuncio de clérigos vistiendo sotana que tenía en su fachada un sastre
especializado en ropa talar, gritaba:
--¡Lechugas republicanas de la huerta de don
Melquiades!--.
Aquella vendedora ambulante se refería a don Melquiades Álvarez, presidente del
Congreso de los Diputados en 1923, “cuando –como dice don Claudio- Primo de Rivera dio su incruento golpe
de Estado y el rey [Alfonso XIII] se
jugó la corona al aceptar complaciente lo ocurrido y confiar perdurablemente el
gobierno de España al jaranero general”. Los errores siempre se pagan. Por
cierto, la plaza de Celenque, o de Zelenque, debe su
nombre a que allí tuvo su casa Juan de
Córdoba y Celenque, alcalde de El Pardo durante el reinado del eunucoide Enrique IV de Castilla. En esa plaza estuvo el Hospital de de la Misericordia hasta su
derribo a mediados del siglo XIX y, posteriormente, en su solar se construyó el Teatro de los Capellanes, posteriormente
llamado Teatro de la Risa y que en su
última etapa se llamó Teatro Cómico.
Fue derribado en 1968 para dar paso a unos grandes almacenes.
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