Cuando alguien dice “voy a darme
un garbeo”, suele señalar que desea darse un paseo por ver si todo sigue en
orden, despejar la mente con el oreo o, simplemente, deambular un rato por
evitar el sedentarismo, que es nocivo para el aparato circulatorio. Pero el
verbo garbear no pertenecen a la
jerga delincuente, sino a otra particularísima, considerando que ese verbo no
se ha empleado más que refiriéndose al modo de vivir de los soldados que se
procuraban por medio del pillaje aquello de que carecían para mantenerse
fisiológicamente, en la época en que las pagas eran menos corrientes que el
hambre. Por tanto es un vocablo de germanías, según aparece en el Vocabulario de germanía, de Juan Hidalgo, publicado en distintas
épocas desde 1609; y en la consideración que sobre ello hace Antonio de Sancha en 1779. No cabe
duda, por tanto, que “darse un garbeo”
pertenece a un lenguaje jergal. Lo malo viene hoy cuando un político decide
darse un garbeo, que entonces sí pertenece a la jerga delincuente. Cuando un
servidor de lo público decide darse un garbeo quiere apuntar que desea “ir por atún y ver al duque”, como sucedía
con aquellos personajes, más bien juguetes rotos, de la novela de Arturo Pérez Reverte, “Las
aventuras del capitán Alatriste”, donde se da cuenta de las miserias de un soldado
veterano de los tercios de Flandes que malvive como espadachín a sueldo en el
Madrid del siglo XVII. En aquella
novela, digo, sí estaría medianamente razonado procurarse del pillaje por
sobrevivir. El hambre, y eso lo sabe bien en España todo el que sufrió una cartilla de racionamiento que duró hasta
1953, todo lo devora. Pero el político que, disconforme con el abultado sueldo
que recibe del Estado, busca afanosamente el modo de enriquecerse de forma
corrupta produce sonrojo ajeno. Utilizar otros “garbeos”, en este caso delincuenciales, para intentar lograr oscuros
deseos depredadores parece cosa natural en esta oligarquía de partidos hábilmente rebozada de monarquía
parlamentaria, como los calamares de los bocadillos de El Brillante. Y a veces hasta lo consigue el malhechor. Y en no
pocas ocasiones, el mangante de cuello blanco se alza con el santo y con la
peana, fruto de su ruindad devastadora y
sin que jamás se le juzgue e ingrese en prisión. ¿Qué se puede esperar del
engranaje de Estado cuando la actual vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo Poyato, dijese, siendo
ministra de Cultura durante la presidencia de Rodríguez Zapatero, que el dinero público no es de nadie? Una de
dos: o se equivocó pasándose de frenada; o quiso apuntar que el dinero público
es de aquellos que se dan un garbeo silbando “Orquídeas a la luz de la luna” sin luz ni taquígrafos.
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