Ramón
Reig,
en El Correo de Andalucía, comenta
que ha estado unos días en Barcelona y que le gusta cómo se vive en las
ciudades grandes, “donde los vecinos entran y salen y como mucho te dedican un
simple saludo de cortesía; donde, cuando caminas nadie te mira…”. Y enseguida
vuelve con la mente puesta en Sevilla, “lo
mejó der mundo” y su lugar de residencia, para poner los pies en el suelo, “a
pesar de un paro escandaloso (22 por ciento) y un índice de pobreza sonrojante,
con una tasa de riesgo infantil de pobreza del 38’6 por ciento” y hace una
comparativa con Barcelona, con 8 por
ciento de paro y 21’3 en riesgo de pobreza infantil. Los dos casos son indecentes,
pero no cabe duda de que el caso sevillano sea peor que el barcelonés. Andalucía,
la región más poblada de España, debería ponerse las pilas. El Gobierno ya
contempla rebajar el número de peonadas, de 35 a 20, para poder acceder al subsidio agrario. Eso es para que
el lector vea cómo anda el aceite del candil de la Junta que preside Moreno Bonilla, que es como apellido de
árbitro de fútbol. Decía hace pocas fechas Antonio
Burgos en ABC de Sevilla (“NO8DO actualizado”) que “Andalucía no
deja a su Rey, ni de mostrar la pública alegría popular cuando viene. En las
últimas semanas se ha visto ampliamente, cuando los Reyes vinieron a Écija y
cuando se pegaron el palizón este fin de semana, visitando en el mismo día
Almonte, el Coto de Doñana y Sanlúcar de Barrameda”. Que a mí me conste, el “palizón”,
si acaso, se lo dieron todos aquellos funcionarios que tuvieron que controlar
trayectos, estancias y aposentos para el buen discurrir del caprichoso paseíto real.
Y hoy, pocos días después, el mismo columnista, en otro artículo de su “Recuadro” (“Carmesí real sobre azul Arenal”), lanza si cabe más lejos el
sedal con la plomada: “En dos semanas, el Rey ha visto cómo se le quiere y
respeta en nuestra tierra, de Écija a Sanlúcar, de Almonte al Arenal. Y digo
yo, tal como están las cosas: igual que su augusto bisabuelo Don Alfonso XIII pasaba aquí tantas
primaveras en el Alcázar, ¿por qué no traslada Don Felipe VI la Corte durante un tiempo a esta Sevilla que tanto
lo quiere y respeta, como su antepasado Felipe
V hizo entre 1729 a 1733? No hay más que mirar el símbolo del carmesí
estandarte del Rey sobre el azul del cielo de Sevilla, como emocionaba la otra
mañana”. Burgos, tan plebeyo y tan
monárquico él, debería saber que la Monarquía Parlamentaria actual no dispone de
Corte y que ya tiene bastante con poder sobrevivir. Como dejó escrito Javier Pérez Royo (El País, 27/06/14), “la Monarquía no tiene un problema por la
República. Lo tiene por ella misma y por el sistema político que se articuló a
partir de las Leyes Fundamentales del
general Franco para hacer posible su
Restauración. La Monarquía en España
carece de legitimidad propia. El depósito de legitimidad lo agotaron Carlos IV, Fernando VII, Isabel II
y Alfonso XIII. Es, en consecuencia,
una especie amenazada de extinción, que no puede cometer errores para
sobrevivir. Mientras los miembros de la familia real no los han cometido de
manera que resultara visible, la institución no ha sido puesta en cuestión.
Cuando los errores han sido inocultables, han saltado todas las alarmas. De ahí
la abdicación. La primera amenaza para la Monarquía no ha venido de la
República, sino del interior de la Casa del Rey”. Eso del “símbolo carmesí
sobre el azul del cielo” queda muy bucólico, pero aquí lo que importan no son
las emociones trasnochadas de los cuentos de Calleja sino la reducción del paro y las mejoras en Sanidad,
Educación y Servicios Sociales. El “¡vivan
las cadenas!” fue un lema acuñado por los absolutistas españoles en 1814, a
la vuelta del destierro de Fernando VII.
Alguien dijo: “Si el pueblo está mal educado y carece de cultura y valores,
cuando vota suele apoyar a miserables y canallas” El paraíso fantástico y
pastoril, esa arcadia neoliberal del bipartito (PP-Ciudadanos) actual en el
Palacio de San Telmo, con el necesario acuerdo de Vox en la investidura, es
prueba irrefutable de lo que afirmo. Y, claro, cuando la aliaga florece, el
hambre crece.
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