miércoles, 19 de febrero de 2020

"Bautizo cagao...



Parece normal que tanto padres como padrinos de aquella criatura pequeña y sonrosada que iban a cristianar en la parroquia un frío 19 de febrero se negasen a la imposición del ecónomo a la hora de imponerle el nombre de Quodvultdeus (que significa lo que Dios quiera)  por ser el santo del día. De nada sirvió que aquel cura aceptase de buen grado el nombre que sus progenitores tenían pensado para el niño,  o sea, el de Ramón. El cura, mosén  Álvaro, no se apeaba de la burra. Trató por todos los pedios disponibles a su alcance de convencer a unos y a otros de la importancia que tuvo aquel santo tan milagrero discípulo de Agustín de Hipona que ejerció de obispo y está enterado en Nápoles, san Quodvultdeus  de Cártago. Se le atribuyen 12 sermones que se encuentran bajo el nombre de Agustín: tres De symbolo, dos De tempore barbarico, dos De accedentibus ad gratiam, Adversus quinque haereses, De cataclismo, De última quarta feria, De tantito novo, Contra fudeos. El De promissionibus et praedictionibus Dei, que figura entre las obras de Próspero de Aquitania. Los chavales esperaban en la plaza a que terminase el bautizo del recién cristianado para que el padrino les lanzara, una vez montado en el Ford, peladillas y monedas de perras gordas por la ventana del asiento trasero. Pero tal lanzamiento se hacía esperar. En el interior de la parroquia no conseguían ponerse de acuerdo padres, padrinos y aquel cura enrabietado, y los chavales se dedicaban a hacer estallar aquellos petardos Garibaldi y piedras detonantes que tantos envenenamientos produjeron por culpa del fósforo blanco y su sabor dulce. Al final, el cura tuvo que ceder e imponerle al niño el nombre de Ramón. Ya montados en el Ford, el padrino, que era agrimensor, gastaba bigote a la portuguesa y se había arruinado jugando al bacarrá en Marsella, lanzaba a los chavales que seguían al coche negro caramelos, peladillas y perras gordas, mientras los niños gritaban “Bautizo cagao, padrino roñoso, que a mí no me han dao, si pillo al chiquillo lo tiro al tejao”. Mosén Álvaro se había quedado dentro de la iglesia junto a la pila bautismal tratando de limpiarse unos lamparones de la sotana con agua bendita ayudándose con una punta del amito.

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