Parece normal que tanto padres como padrinos de
aquella criatura pequeña y sonrosada que iban a cristianar en la parroquia un
frío 19 de febrero se negasen a la imposición del ecónomo a la hora de imponerle
el nombre de Quodvultdeus (que significa lo que Dios quiera) por ser el santo del día. De nada sirvió que
aquel cura aceptase de buen grado el nombre que sus progenitores tenían pensado
para el niño, o sea, el de Ramón. El
cura, mosén Álvaro, no se apeaba de la burra. Trató
por todos los pedios disponibles a su alcance de convencer a unos y a otros de
la importancia que tuvo aquel santo tan milagrero discípulo de Agustín de Hipona que ejerció de obispo
y está enterado en Nápoles, san Quodvultdeus de Cártago. Se le atribuyen 12 sermones que
se encuentran bajo el nombre de Agustín: tres De symbolo, dos De
tempore barbarico, dos De accedentibus ad gratiam, Adversus
quinque haereses, De cataclismo, De última quarta feria, De
tantito novo, Contra fudeos. El De promissionibus et
praedictionibus Dei, que figura entre las obras de Próspero de Aquitania. Los chavales esperaban en la plaza a que
terminase el bautizo del recién cristianado para que el padrino les lanzara, una
vez montado en el Ford, peladillas y
monedas de perras gordas por la ventana del asiento trasero. Pero tal
lanzamiento se hacía esperar. En el interior de la parroquia no conseguían
ponerse de acuerdo padres, padrinos y aquel cura enrabietado, y los
chavales se dedicaban a hacer estallar aquellos petardos Garibaldi y piedras
detonantes que tantos envenenamientos produjeron por culpa del fósforo blanco y
su sabor dulce. Al final, el cura tuvo que ceder e imponerle al niño el nombre de
Ramón. Ya montados en el Ford, el
padrino, que era agrimensor, gastaba bigote a la portuguesa y se había
arruinado jugando al bacarrá en Marsella, lanzaba a los chavales que seguían al
coche negro caramelos, peladillas y perras gordas, mientras los niños gritaban “Bautizo cagao, padrino roñoso, que a mí no
me han dao, si pillo al chiquillo lo tiro al tejao”. Mosén Álvaro se había quedado dentro de la iglesia junto a la pila
bautismal tratando de limpiarse unos lamparones de la sotana con agua bendita
ayudándose con una punta del amito.
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