domingo, 9 de febrero de 2020

La muerte de la impresora



Ramón Reig contaba hace unos días en El Correo de Andalucía que se le había muerto la impresora. Así, nada más leerlo sentí consternación. De no haberlo contado Reig, tampoco tendría noticia de ese fatal desenlace. Porque la muerte de una impresora no requiere esquela en el ABC, que es donde aparecen las esquelas de tipos con apellidos muy largos para que el lector pueda cortar por donde quiera. Las imprersoras dejan un día de funcionar y estás perdido.  Cuesta más pretender repararlas que ir a la tienda y comprar una nueva, como sucede con los monitores de televisión o con las cafeteras de hidropresión. Lo que no sé, Reig tampoco lo cuenta, es de qué murió su impresora.  Supongo que de obsolescencia programada, contra la que no existe vacuna eficaz y que obliga al usuario a entrar en un ciclo sin fin de consumo y desperdicio. Todo se ha hecho para usar y tirar. ¿Quién zurce hoy “tomates” en los calcetines? Recuerdo cuando en la caja de costura de mi madre había un huevo de madera que servía para ese menester de apaño. Nuestras abuelas eran conocedoras de que antes de la Guerra Civil  las medias de nailon eran casi irrompibles. El fabricante pronto se dio cuenta de que esa larga duración iba en contra de sus intereses comerciales y pronto ideó la fórmula para que se rompieran, de que apareciesen las llamadas “carreras” y así conseguir aumentar sus ventas. En consecuencia, como nunca falta un roto para un descosido, no tardaron en aparecer garitas, algunas dentro de portales de vecindad, donde había señoras que se encargaban de arreglar esas “carreras. También se agudizó la imaginación de las féminas y decidieron aplicar los cuatro trucos de la abuela: el primer truco era el del congelador, que consistía en mojarlas, meterlas en una bolsa  e introducirlas en la nevera. Pasado un  tiempo, las medias se aclaraban con agua templada y se dejaban a secar (no al sol). El resultado era espectacular. El segundo truco, preventivo, consistía en aplicar laca en talones y puntas de las medias, para que las rejillas se volviesen duras y rígidas. En el tercero de los trucos se aplicaba una gota de esmalte transparente de uñas sobre el inicio de la “carrera”. Y el cuarto truco, también preventivo, pasaba por utilizar guantes al ponerse las medias. Una uña rota puede producir  “carrera”. También convenía fijarse en los deniers al hacer la compra. Las medias son más seguras si son más densas y pasan de 60 deniers. El denier, para el que no lo sepa, es una unidad de medida en el sistema inglés de la densidad  lineal de la masa en fibras y se determina por la masa en gramos por cada 9.000 metros de fibra. Pero no deseo terminar este escrito sin dar mi sentido pésame a Ramón Reig por la muerte de su impresora. A mí hace poco que se me murió el lavavajillas y sé lo que se siente. Estaba en la flor de la vida.

No hay comentarios: