No me refiero al taco en el sentido de palabra
malsonante, ni a esa barra alargada que sirve para atacar las armas de fuego y
limpiar el ánima del cañón, ni al que se coloca en el agujero hecho por un taladro
para poner un diploma de Corte y Confección, sino al conjunto de hojillas de
papel sujetas en un sólo bloque y que constituye un calendario. Aquellos que me
conocen son sabedores de que en el cuarto de escribir siempre tengo colgado el
taco de calendario que cada año adquiero de los jesuitas de Bilbao. El mismo
taco que siempre estuvo presente en casa de mis bisabuelos (conocí a dos de
ellos), de mis abuelos y de mis padres. Y no pasa día sin que lo lea
detenidamente. Por cierto, en casa de mis abuelos maternos hubo dos: uno, el de
los jesuitas de Bilbao, en el comedorcito; otro, en el dormitorio de mi bisabuelo Miguel Nales Larrea, que era de la
Virgen del Carmen. El taco es un adminículo de gran importancia. Consta a qué
hora saldrá el sol y la luna, si habrá o no eclipse, breves sentencias atribuidas a Cicerón, a Kant,
a Napoleón, a san Agustín,
etcétera; y los santos del día, pongamos por caso Lázaro, Macario, Onésimo,
Policarpo, Matilde, Leonor… También otros nombres que se me antojan raros, como
Sérvulo, Mainquino, Adalardo o Euporo. Un
día me dio por ahí y decidí comprar “El
gran libro de los nombres”, de Manuel
Yanes Solana, que me ayudó a entender muchos significados que desconocía: Lázaro,
Dios es mi auxilio; Macario, dichoso; Onésimo, útil; Policarpo, de abundante
fruto, y así. Pero resulta que desde hace dos o tres años han colocado
determinados santos en el taco con los que me armo un tremendo lío por el desconocimiento
de su existencia, hasta que salí de dudas. En el taco de El Corazón de Jesús, hasta 2017, seguían el Martirologio de 1749 y,
sucesivamente, se iban añadiendo otras personas que habían sido canonizadas con
posterioridad, que, junto a los beatos, se habían inscrito en el Martyrologium Romanum, que data de1584
siendo papa Gregorio XIII. Así, en la segunda edición de 2004 se
han incluído otros personajes de los que apenas se tenía constancia y, de la
misma manera, se han excluido otros. Por otro lado, la Conferencia Episcopal
Española publicó en 2007 el nuevo Martirologio, reformado por mandato del Concilio Vaticano II, promulgado por Juan Pablo II (hoy canonizado) y publicado,
para España, con la autorización de Benedicto
XVI. En él se cambian algunas fechas y celebraciones y se incluyen muchos santos
y beatos de los que no tenía, como digo, noticia. Por ejemplo: Tomás Dinh, Domingo
Nguyen van Xuyen, Tomás Hioji, Carlos Hyon, Francisco Javier Há Trong, o Pablo
Nguyen. También se excluyeron otros, como san Cristóbal, san Expedito, santa
Úrsua, santa Filomena, santa Bárbara. Resulta curioso que se incluyó en 2005 a Rita de Casia, OSA, (nacida en Italia
en 1381 y bautizada como Margherita
Lotti) que, inexplicablemente, no
estaba inscrita en el Martirologio Romano pese a haber sido beatificada en 1627
por Urbano VIII y canonizada el 24
de mayo de 1900 por León XIII. Es posible
que Rita sea el apelativo afectivo (antropónimo) de Margherita. Sería conveniente poner en el Martirologio aquello de s.e.u.o., como se ponía al final de las rancias facturas comerciales. Así se evitarían suspicacias indeseables e inclinaciones hacia el recelo.
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