Leo en Cinco
Días que “la Audiencia Nacional avala descontar el café y el cigarro de la
jornada”. Lo que ya no señala, al menos de momento, ese tribunal (creado en
1977, el mismo día y año en el que se suprimía el Tribunal de Orden Público de
la dictadura franquista) es si el trabajador
puede rascarse el colodrillo cuando siente picor, si debe pedir permiso a su
jefe para ir a orinar, o si debe atender o no el teléfono cuando le llame su mujer
para decirle que, según el médico, su hijo no tiene el coronavirus sino un
fuerte catarro. Tampoco sabemos si tales medidas afectarán a esos funcionarios
públicos que echan media mañana en darle vueltas al terrón de azúcar inmerso en
el café mientras se comen un bocadillo de de sardinillas y leen en la prensa
cómo influye la luna en la calidad de nuestro sueño, o la razón por la que Almodóvar y Banderas se han quedado sin Oscar. Menos mal que al trabajador
siempre le quedará la decisión final del Tribunal Supremo, como aquel “We'll always
have Paris” que dijo Rick
Blaine a Ilsa Lund al final de
la mítica película “Casablanca”, o le
amparará la revisión que este gobierno pretende hacer del Estatuto de los
Trabajadores. A la Audiencia Nacional, por lo que se deduce, le preocupa que el
trabajador fume o tome café en horas de trabajo y le trae al pairo que Antonio Fernández Pacheco, alias Billy el Niño, autor de crímenes y
torturas durante el franquismo que
violaban el Derecho Internacional (para los que no existe prescripción) siga
por Madrid tan campante, como si nunca hubiese roto un plato. A la Audiencia
Nacional le sucede lo que al Banco de España en tiempo del gobernador Mafo,
al que le preocupaban los tímidos aumentos salariales a los parias mientras
miraba para otro lado por no ver los tremendos agujeros de las cajas de ahorros.
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