domingo, 23 de febrero de 2020

Un tiempo sin carnavales




Sucedió en plena Guerra Civil, cuando el entonces gobernador general de la Junta Técnica de Estado del bando sublevado, Luis Valdés Cabanillas, envió el 3 de febrero de 1937 desde Valladolid una circular a todos los gobernadores civiles donde se ordenaba su suspensión. No convenía exteriorizar alegrías mientras los soldados combatían en los frentes. El contenido pagano de esas modernas saturnales, por otro lado, no eran acordes con la “cruzada” de liberación que se mantenía contra los “enemigos” de España. Terminada la contienda, el cuñadísimo Ramón  Serrano Suñer, como ministro de la Gobernación, promulgó una orden el 12 de enero de 1940 donde se mantenían los acuerdos tomados tres años antes, obligando a los alcaldes de todas las ciudades y pueblos a mantener esa prohibición mediante los correspondientes bandos a los vecinos. No hay que olvidar que existe una larga lista de chirigoteros represaliados por el franquismo en Andalucía. Aquellos rebeldes fascistas, carentes por completo de sentido del humor y sacando a flote sus más primitivos instintos, asesinaron en el verano de 1936 a varios ciudadanos vinculados con el Carnaval en Cádiz, entre ellos a Guillermo Crespillo Lavié de dos balazos en la cabeza. Su “delito” consistía en pertenecer a la murga del barrio de San José; a José Mejías Mejías, componente de Los enchufistas de un país desconocido; y a Juan Ragel Jiménez, autor de la letra de “Los viejos matatías”. En otros casos, como fue el de Manuel López Cañamaque, tuvieron que esconderse para no ser asesinados. Como había sucedido con los casinos de los pueblos desde la dictadura de Primo (que habían cambiado su nombre pasando a llamarse “círculos”), las fiestas de Carnaval, muy consolidas en algunas ciudades (Cádiz, Santa Cruz de Tenerife, Badajoz, Benavente, Águilas…) pasaron a denominarse  “fiestas de invierno” o “fiestas típicas”, donde los  jolgorios locales estuvieron muy controlados por las autoridades. Pero en el franquismo, al igual que sucede en todas las dictaduras, se caracterizó por el incumplimiento de las normas. Tanto es así que se toleraron algunos saraos burgueses en locales cerrados, al estar más controlados que las algarabías callejeras, pero se prohibió expresamente el uso de caretas o maquillajes que ocultasen o deformasen los rostros. También, en aquellas “fiestas típicas” se permitían  cabalgatas donde se paseaba a la “reina infantil”, por lo general hija o nieta de algún oligarca del lugar. La fiesta de Carnaval, a mayor gloria de la ciudadanía, se recuperó con la llegada de la democracia.

No hay comentarios: