Me manda recado mi carnicero para que me acerque por
su negocio el próximo día 20 por la mañana. Por él me entero de que el próximo
día 20 de los corrientes (como dicen los cursis) es Jueves Lardero. Ese día,
todos los años, el carnicero invita a la distinguida clientela a tomar longaniza asada en parrilla y unos vasitos de
un vino enranciado de su propia cosecha que está glorioso. Jueves Lardero es el
jueves anterior al Domingo de Carnaval y al Miércoles de Ceniza, día que da
comienzo a la Cuaresma, lo que equivale a decir que su fecha es variable en el
calendario, si se tiene en cuenta que la Semana Santa coincide, al igual que
sucede con la Pascua de los judíos, con la primera luna llena del equinoccio de
primavera. Recuerdo que fue costumbre en los pueblos salir esa tarde al campo
con el “palmo” de longaniza y la bota de vino. Era como la despedida de la
carne por una larga temporada. El término lardero procede del verbo lardear,
que significa envolver en grasa de cerdo aquello que se va a asar y lardo es el
tocino blanco de cerdo. Posiblemente se trate de una fiesta que, de alguna
manera, ya se celebraba en los Saturnales, cuando los dueños servían a los
criados. Existen registros que relacionan el Jueves Lardero con la toma de
Granada, el 2 de enero de 1492. Y hay quien hace referencia al pueblo de Fernán
Núñez (Córdoba) por haber coincidido el
triunfo de los cristianos sobre los nazaríes un jueves anterior a la Cuaresma.
Existen otras variantes sobre el mismo día: para los catalanes es el Dijous gras y acostumbran a
degustar tortilla con butifarra; en La
Rioja prefieren los “bollos preñaos” y “culecas”, que son unos biscochos con
uno o dos huevos duros en el centro de la masa; en Albacete es el Día de la mona; en Granada se conoce
como Día de la merendica; en el País
Vasco le llaman Ostegun gizena,
etcétera. Pero, como decía, todavía antes de la Cuaresma llega el Carnaval, que
termina el Martes de Carnaval con el Entierro de la Sardina, donde se parodia un
cortejo fúnebre que se popularizó en el siglo XVIII, reinando Carlos III. Se cuenta que en aquella
fecha de aquel siglo se llevaron a una plaza madrileña sardinas por deseo del
rey para celebrar el fin del Carnaval. Pero aconteció que aquel día fue
bastante caluroso; y las sardinas, con el calor inusual y el largo trayecto desde
las costas marinas se descompusieron causando mal olor. Tanto fue así que el
monarca ordenó enterrarlas en la Casa de Campo. Existe una pintura sobre tabla de
caoba de pequeño formato pintado por Goya entre 1812 y 1819 que se llama “El Entierro de la Sardina”, que se
conserva en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. En esa pequeña
obra pictórica aparecen clérigos y monjas bailando con máscaras cerca de un
estandarte de Momo (hoy convertido
en un temido reto viral) que ocupa el centro del cuadro y donde puede leerse “Mortus”.
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