El pasado viernes los fieles católicos celebraron a san Valentín, patrono de los
enamorados. Se le nombró patrón de los que pelan la pava por la peregrina razón
de que ahora, a mediados de febrero, es cuando las aves empiezan a emparejarse.
Lo que ya no sabía es que la Colegiata de
Toro conserva el cráneo de ese santo, desde que el nuncio en Castilla de Pablo III concediera a Diego Enríquez, capellán del emperador Carlos I,
licencia para que esa pieza anatómica se conservase en ese templo y, de paso, autorizaba diversas indulgencias. En 1682, el canónigo
Valentín Tejederas logró de otro papa, Inocencio
XI, la concesión de indulgencia plenaria cada siete años a aquellos
católicos que visitaran la capilla del santo y veneraran su reliquia, así como
el jubileo a los miembros de la cofradía
de san Valentín, desaparecida en el siglo XVIII, cuyos cofrades, por razones que desconozco, no estaban obligados a
descubrirse ante el rey. Al parecer, san Valentín es uno de los tres santos
mártires de existencia discutida. El nombre de los otros dos no viene ahora a
cuento. Tanto es así que tras el Concilio
Vaticano II, a partir de 1960, se reorganizó el santoral y la Iglesia
retiró su celebración. No se tuvo en cuenta que en el año 498 el papa Gelasio I había declarado tal
festividad. También me entero que existe otro cráneo del presunto santo dentro
de una urna de cristal y que se venera en la basílica de Santa
Maria in Cosmedin, en Roma. El cráneo de san Valentín,
por lo que se desprende, está en Roma y en Toro a la vez, y vaya usted a saber
si no parecerá el día menos pensado un occipital en Coruña del Conde (Burgos)
de cuando el pueblo fue asaltado por las huestes de Tarik, y un esfenoides en La Vecilla de Curueño (León), si tenemos
en cuenta que no en vano los alrededores de este río, el Curueño, guardan
centenares de leyendas que han despertado la inquietud de poetas y cronistas de
todas las épocas. En Zaragoza también tenemos un cráneo, el de Pedro
Martínez de Luna, rodeado de una atmósfera legendaria. Nos falta el cráneo de Goya, pero todo es cuestión de hacer un novenario a san Antonio de Padua. Seguro que aparecerá por algún sitio. Si no aparece dentro de la peluca de un macero, desenterramos uno cualquiera de la Arboleda de Macanaz que está llena de esqueletos de franceses, como hizo Botella con los discutidos restos de Cervantes, y asunto zanjado.
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