Leo en El País
textualmente que “el Gobierno anunció hace unos días que presentará una
propuesta de reforma del Código Penal para tipificar como delito la apología
del franquismo”. Tarde y mal. Eso se debió llevar a cabo al inicio de la
Transición, cuando todavía quedaban asesinos vivos. Pero a la derecha de
entonces le interesó echar tierra sobre el asunto, y a la izquierda, correr un
tupido velo. Aquí se ha hablado mucho del abrazo entre Carrillo y Fraga en
aquel borrón y cuenta nueva que dejó insatisfechas a muchas familias que tenían
hermanos, padres y abuelos mal enterrados en cunetas, como el que entierra a un
perro. En Alemania y en Italia fueron más valientes. En Alemania, y también
cito textualmente, “el Código Penal condena la incitación al odio y a la
xenofobia, y la negación del Holocausto, la defensa del nazismo y el uso de símbolos
que incluyen desde la exhibición de esvásticas hasta llevar el bigote de Hitler o usar el saludo nazi. En Italia
se penaliza la apología del fascismo”. En España nada de eso ha ocurrido. Los
soldados de la 250 División de Infantería, enmarcada dentro del Heer, y que participaron en el sitio de
Leningrado integrados en el ejército nazi, hasta tienen rótulos en calles
españolas. El cadáver de Franco tuvo
hasta un sitio privilegiado del Altar Mayor dentro del horroroso mamotreto de
Cuelgamuros, muchos militares, responsables de ominosos asesinatos dieron su
apellido a nombre de pueblos: verbigracia, Yagüe,
al pueblo soriano de San Leonardo; y también a exaltados fascistas, como
Quintanilla de Abajo (Valladolid) que pasó
a denominarse Quintanilla de Onésimo, promovido por la Falange de Valladolid al considerarlo “mártir” y haber sido el lugar
de nacimiento de Onésimo Redondo Ortega,
fundador de las JONS. Otros pueblos, en cambio, corrieron peor suerte. Existe
un pueblo en la provincia de Toledo al que se le quitó el nombre de Azaña para
pasar a denominarse Numancia de la Sagra. El Regimiento Numancia, entonces
mandado por el comandante Jesús Velasco,
entró en ese pueblo el 19 de octubre de 1936. Los soldados tirotearon el cartel
de entrada y, al día siguiente, obligaron al secretario del Ayuntamiento a
cambiar el nombre, pese a que el topónimo no hacía referencia al político Manuel Azaña Díaz sino a una noria
(azaña o aceña) de agua árabe. Numancia, por el regimiento sublevado, y de la
Sagra, por ubicarse en esa comarca toledana. A día de hoy ningún alcalde se ha
atrevido a devolverle su genuino nombre.
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