domingo, 24 de abril de 2022

Ad majorem Dei gloriam

 


El mismo año que debutara Magdalena Seda Loreto, conocida artísticamente como  La Malena, en el Café Filarmónico de Sevilla, nación en Munébrega, diócesis de Tarazona, don Gustavo Puchades y Borromé. A don Gustavo se le debe, entre otros notables inventos, el labrado de vidrio merced al ácido fluorhídrico. Don Gustavo  acostumbraba a atender con exquisita corrección a quienes acudían a él para hablar sobre su arte. Aquella gente sabía cómo labrar la tierra, pero el cristal era otra cosa. En cierta ocasión, a requerimientos de don Froilán, cura ecónomo, don Gustavo se ofreció desinteresadamente a utilizar una sala de la casa parroquial para explicar a los vecinos el arte de labrado de vidrio. Aprovechando la concurrencia a unos cursillos prematrimoniales, don Gustavo pudo explicar a aquellos que quisieron escucharle cómo conseguía los efectos deseados.

    --Con cámaras de ventilación, en vitrinas con chimenea de buen tiro, para precaverse de la acción deletérea de los vapores operantes…

    Todos los oyentes permanecían en silencio, como si hubiese pasado un ángel. Aquellas parejas no entendían nada sobre el arte de labrar vidrio ni tenían interés en aprenderlo. Terminaron confundiendo los vapores operantes con las trompas de Falopio. El interés de don Gustavo no sirvió de utilidad. Pronto comprendió que no se podía pescar truchas a bragas enjutas ni enseñar ciertas artes a gente con cara de color tierra. Pero don Froilán, aprovechando que el Ega pasa por Estella, pidió a don Gustavo que labrase unos versos salidos de su magín en el vidrio de un quinqué cercano al sagrario. Antes de ello, don Froilán había pedido a las parejas de novios que saliesen de la sala con cuidado de no tropezar con un escalón. Uno de aquellos mozos no estuvo atento a las indicaciones del párroco, se trastabilló con la oscuridad y dio con su cabeza en una pared partiéndose el labio inferior. Don Froilán no le dio importancia a aquel traspié sufrido por un  modorro. A Don Froilán sólo le interesaba en aquellos momentos el labrado del quinqué y la caligrafía que iba a emplearse ad majorem Dei gloriam.

    --¿Serventesios en Palatino Linotype?

    --No sabría decirle… ¿Hace una copita de ojén, don Gustavo?

    -- Si, ¿por qué no? El ojén da aplomo al paladar.

    Para llevar a cabo su objetivo, don Gustavo utilizó una fórmula simple: agua, cloruro cálcico, ácido clorhídrico y sulfato sódico. Hizo una plantilla con los dos primeros versos de una estrofa que había leído no sabía dónde: “Señor, ven por estos andurriales/ irrádianos con tu gracia…”. La barnizó con esencia de trementina y embadurnó con betún judáico. Alfonso XIII tenía ocho años; en el número 8 de la madrileña calle de Arenal, en la Confitería Prast,  Luis Coloma ubicaba la quimera de Ratón Pérez y su caja de galletas;  y un convoy de mercancías de la compañía “MZA” pasaba moviendo tabas, silbando y vomitando vapor de nube por la vega del Jalón desde hacía más de treinta. Era una época de adelantos que a nadie molestaba.

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