Ad majorem Dei gloriam
El mismo año que debutara Magdalena Seda Loreto, conocida artísticamente
como La Malena, en el Café
Filarmónico de Sevilla, nación en Munébrega, diócesis de Tarazona, don Gustavo Puchades y Borromé. A don
Gustavo se le debe, entre otros notables inventos, el labrado de vidrio merced
al ácido fluorhídrico. Don Gustavo
acostumbraba a atender con exquisita corrección a quienes acudían a él
para hablar sobre su arte. Aquella gente sabía cómo labrar la tierra, pero el
cristal era otra cosa. En cierta ocasión, a requerimientos de don Froilán, cura ecónomo, don Gustavo
se ofreció desinteresadamente a utilizar una sala de la casa parroquial para
explicar a los vecinos el arte de labrado de vidrio. Aprovechando la
concurrencia a unos cursillos prematrimoniales, don Gustavo pudo explicar a aquellos
que quisieron escucharle cómo conseguía los efectos deseados.
--Con cámaras de ventilación, en vitrinas
con chimenea de buen tiro, para precaverse de la acción deletérea de los
vapores operantes…
Todos los oyentes permanecían en
silencio, como si hubiese pasado un ángel. Aquellas parejas no entendían nada
sobre el arte de labrar vidrio ni tenían interés en aprenderlo. Terminaron
confundiendo los vapores operantes con las trompas de Falopio. El interés de don
Gustavo no sirvió de utilidad. Pronto comprendió que no se podía pescar truchas a bragas enjutas ni enseñar ciertas artes a gente con cara de color tierra.
Pero don Froilán, aprovechando que el Ega pasa por Estella, pidió a don Gustavo
que labrase unos versos salidos de su magín en el vidrio de un quinqué cercano
al sagrario. Antes de ello, don Froilán había pedido a las parejas de novios
que saliesen de la sala con cuidado de
no
tropezar con un escalón. Uno de aquellos mozos no estuvo atento a las indicaciones
del párroco, se trastabilló con la oscuridad y dio con su cabeza en una pared
partiéndose el labio inferior. Don Froilán no le dio importancia a aquel
traspié sufrido por un modorro. A Don
Froilán sólo le interesaba en aquellos momentos el labrado del quinqué y la
caligrafía que iba a emplearse ad majorem
Dei gloriam.
--¿Serventesios en Palatino Linotype?
--No sabría decirle… ¿Hace una copita de
ojén, don Gustavo?
-- Si, ¿por qué no? El ojén da aplomo al
paladar.
Para llevar a cabo su objetivo, don
Gustavo utilizó una fórmula simple: agua, cloruro cálcico, ácido clorhídrico y
sulfato sódico. Hizo una plantilla con los dos primeros versos de una estrofa
que había leído no sabía dónde: “Señor,
ven por estos andurriales/ irrádianos con tu gracia…”. La barnizó con
esencia de trementina y embadurnó con betún judáico. Alfonso XIII tenía ocho años; en el número 8 de la madrileña calle
de Arenal, en la Confitería Prast, Luis Coloma
ubicaba la quimera de Ratón Pérez y
su caja de galletas; y un convoy de
mercancías de la compañía “MZA” pasaba
moviendo tabas, silbando y vomitando vapor de nube por la vega del Jalón desde
hacía más de treinta. Era una época de adelantos que a nadie molestaba.
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