jueves, 14 de abril de 2022

Cuidado con los alfileres de peineta

 


Manuel Bohórquez cuenta hoy en El Correo de Andalucía, (en su artículo “El sueño erótico de la mantilla”) que alguien le había contado en el pueblo (Arahal) que era tradición en Sevilla acompañar a una mujer ataviada con su mantilla negra en Jueves Santo, y acabar la noche enredados entre esa prenda que cubre la peineta haciendo el amor. Por cierto, aprovecho para decir que el topónimo Arahal no lleva delante el artículo determinado masculino singular, según un estudio de Pascual Barea, puesto que deriva del étimo árabe “al rahal”, que significa “la majada” o “el hato de ganado”, pese a que Pascual Madoz, en su “Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de Ultramar” (1845), entendía que “arahal” era palabra ibérica. Pues bien, a lo que iba, dice Bohórquez: “En 1980, el año de la creación de la Bienal, conocí [en Sevilla] a una profesora cordobesa a la que le empapelé el apartamento, que estaba por el barrio de San Julián. Era una cordobesa digna de un lienzo de Julio Romero de Torres, una morena de ojos verdes con un corte de cara tipo Ava Gadner,  mayor que yo, de unos treinta años, y la invité a salir una noche para ir juntos a Los Gallos, el tablao del barrio de Santa Cruz”. (…) “La invité a salir el Jueves Santo”. (…) “Agarrados del brazo, cogimos por la calle Sol hasta San Román y bajamos por Almirante Apodaca hasta la Plaza de la Encarnación, donde tomamos café y dos o tres torrijas” (…) “En la Campana escuchamos una saeta de El Sacri y ya empezamos a ponernos tiernos” (…) “No sé cómo lo hice, pero al intentar besarle el cuello para ir calentando motores se me clavó un alfiler de la peineta en la nariz y me lo tuvo que sacar un policía nacional de paisano…”. Tal situación, como extraída de un relato celiano, reconozco que tiene su gracia. Los alfileres de peineta son los estoques que llevan las mujeres ocultos en el pelo para defenderse de las sombras chinescas de la noche.

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