lunes, 11 de abril de 2022

Procesiones


Es curioso que todavía se están llevando a cabo, aunque de forma diferente, autos sacramentales en ciudades, pueblos y aldeas de España por el deseo de seguir consolidando el ideario de la Contrarreforma, el periodo que abarca desde el Concilio de Trento (1545) hasta la Paz de  Westfalia (1648). La única diferencia gravita en que con los actuales actos procesionales de la Semana Santa en España ya no se pretende contener el avance del Protestantismo, sino procurar que tales manifestaciones populares de extraordinario fervorín sirvan de imán turístico; es decir, que la gente salga a la calle y ocupe terrazas en los bares y que los turistas colmen habitaciones hoteleras.  Si la Semana Santa consistiese únicamente en la asistencia multitudinaria a una misa de difuntos la tarde de Viernes Santo, donde se cantasen en gregoriano salmos responsoriales y misereres por la muerte en la cruz del Mesías, los ingresos decaerían considerablemente. Y aquí de lo que se trata es hacer caja y que, para ello, el ciudadano participe aporreando bombos, timbales y tambores por  tortuosas calles para que el performance nocherniego aliñado con humo de incienso y olor a cera de cirios, y que, además de todo ello, aparezcan en escena tipos disfrazados de soldados romanos,  hebreos del Antiguo Testamento, cofrades con hábitos y capirotes portando hachones o bailando peanas, siempre acompañados de majas acharoladas con peinetas y rosario entre las manos; y, a poder ser, algún pelotón de guardias civiles con tricornios, guantes blancos y fusiles a la funerala, o de legionarios acartonados cantando “Soy el novio de la muerte”, como hace en Málaga esa tropa de choque en un alarde de tanatofilia y  manejando los “chopos” como agujas de marear dislocadas al estilo de los bastones metálicos de majorettes. Todo un espectáculo castrense y circense que encandila a la concurrencia andaluza. En suma, se trata de que las procesiones duren el mayor tiempo posible sin que los cofrades desfallezcan. Este es un país donde la gente mayor de algunos lugares todavía mantiene la  tradición de poner las escopetas de caza boca abajo desde el Jueves Santo hasta el amanecer del Domingo de Resurrección. Y todos los alcaldes, hasta los de las aldeas más remotas, sueñan con que esos desfiles procesionales locales puedan llegar un día a ser considerados de “Interés Turístico Nacional”. Desde el “Auto de los Reyes Magos”, de 1145, -como decía- hasta la fecha, no parece que hayan cambiado mucho las cosas. Este es un país pachanguero con olor a sacristía y alcanfor donde las alegorías y los oficios tenebrosos toman carta de naturaleza por Pascua florida. También donde, como decía Manuel Martín Ferrand,  importan más los fastos que la eficacia. Pero no debemos olvidar que el fervor, como los bienes consumibles, se mide en las cajas registradoras.

 

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