viernes, 8 de abril de 2022

Viernes de Dolores

 


El tío Babú, o Baranda­les sólo intimidan, porque para hacer el bestia sobra con las salvajadas de los rústicos mozos de Salvanés de la Polvorosa, en la parte de Zamora, quienes para solaz y esparcimiento lanzan al vacío una cabra viva desde la linterna del campanario de la iglesia, que también son codicias de dar por el saco y de zaherir a la inteligencia. Quiero suponer que no proyectan hasta el pavimento que tanto desbasta a la suegra del amigo, o a la recatada sobrina mancillada por un pretendiente de Trespaderne por temor a estar obligados a asumir desasosiegos de conciencia, que de ambiciones vive Dios que no carecen. En Castilla la Vieja y en tierras leonesas,(ese inhóspito páramo donde se miró el ombligo toda la Generación del 98 y donde, como decía Unamuno, “hay gente que subraya tanto lo que expone que podría decirse de ella que habla siempre en bastardilla”) como los lacayos ya no hacen la guerra contra el moro ni contra doña Urraca, ni los francmasones levantan catedrales góticas ni fortificaciones para que siglos más tarde terminen siendo paradores nacionales de Turismo, resulta que la morralla se cansa de expulsar micciones por la ventana y de portar pendones morados y lábaros en forma de cruces procesionales, pero aún continúan viviendo más del fasto que de la eficacia, y así pasa lo que pasa,  que la pagan con el rumiante, al  que no dan  tiempo siquiera a que pueda tirar al monte, su inclinación natural. En esta España cañí sólo se sintió un mínimo respeto a la mula de tiro y a la vaca lechera, por razones obvias. La parvedad también es poderosa. Se atribuye a  Voltaire que “el secreto para aburrir consiste en contarlo todo”. Hoy, Viernes de Dolores, he decidido vomitar por mi boca las malas prácticas de tipos raros a los que por estas fechas les entra un fervorín piadoso coincidiendo con la primera luna llena del equinoccio de primavera. Las calles comienzan a oler a incienso y los capirotes y los terceroles se airean a golpe de tambor y bombo hasta hacer temblar los cristales de los edificios por donde pasan las peanas. Todo se transforma en la Calanda de Buñuel durante una semana extenuante. Tío Babú, aquel toresano que residía en "La Cuesta", que se dedicaba a tareas agrícolas, que frecuentaba la zona del Duero y que siempre iba bebido; y Barandales haciendo sonar esquilas delante de la cruz guía por Balborraz, donde, si tropiezas, te matas; y por las Tres Cruces, junto  la estación  de ferrocarril, anunciando que la noche se prometía larga entre sombras chinescas y callejuelas retorcidas. Hoy el tío Babú se ha transformado en una tonada profundamente melancólica, nostálgica y líricamente profunda: Como llueve por Bardales / tío Babú, tío Babú, tío Babú, / también por Valdespino. / Los albillos de María Alba, / tío Babú, tío Babú, tío Babú, / se los ha llevado el río…”, y que ahora se canta por viudas ricas o labradoras y hombres embutidos en sus pesadas capas pardas alistanas en bodas, bautizos y comuniones. 

--Oiga, ¿y en los entierros?

--No sabría decirle..., vaya usted a saber.

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