El tío Babú, o Barandales sólo intimidan, porque para hacer el bestia sobra con
las salvajadas de los rústicos mozos de Salvanés de la Polvorosa, en la parte
de Zamora, quienes para solaz y esparcimiento lanzan al vacío una cabra viva
desde la linterna del campanario de la iglesia, que también son codicias de dar
por el saco y de zaherir a la inteligencia. Quiero suponer que no proyectan
hasta el pavimento que tanto desbasta a la suegra del amigo, o a la recatada
sobrina mancillada por un pretendiente de Trespaderne por temor a estar
obligados a asumir desasosiegos de conciencia, que de ambiciones vive Dios que
no carecen. En Castilla la Vieja
y en tierras leonesas,(ese inhóspito páramo donde se miró el ombligo toda la Generación del 98 y donde, como decía Unamuno, “hay gente que subraya tanto
lo que expone que podría decirse de ella que habla siempre en bastardilla”)
como los lacayos ya no hacen la guerra contra el moro ni contra doña Urraca, ni los francmasones
levantan catedrales góticas ni fortificaciones para que siglos más tarde
terminen siendo paradores nacionales de Turismo, resulta que la morralla se
cansa de expulsar micciones por la ventana y de portar pendones morados y lábaros
en forma de cruces procesionales, pero aún continúan viviendo más del fasto que
de la eficacia, y así pasa lo que pasa,
que la pagan con el rumiante, al
que no dan tiempo siquiera a que
pueda tirar al monte, su inclinación natural. En esta España cañí sólo se sintió
un mínimo respeto a la mula de tiro y a la vaca lechera, por razones obvias. La
parvedad también es poderosa. Se atribuye a
Voltaire que “el secreto para
aburrir consiste en contarlo todo”. Hoy, Viernes
de Dolores, he decidido vomitar por mi boca las malas prácticas de tipos raros a los
que por estas fechas les entra un fervorín piadoso coincidiendo con la primera
luna llena del equinoccio de primavera. Las calles comienzan a oler a incienso
y los capirotes y los terceroles se airean a golpe de tambor y bombo hasta
hacer temblar los cristales de los edificios por donde pasan las peanas.
Todo se transforma en la Calanda de Buñuel
durante una semana extenuante. Tío Babú, aquel toresano que residía en "La Cuesta", que se
dedicaba a tareas agrícolas, que frecuentaba la zona del Duero y que siempre iba
bebido; y Barandales haciendo sonar
esquilas delante de la cruz guía por Balborraz, donde, si tropiezas, te matas; y por las Tres Cruces,
junto la estación de ferrocarril, anunciando que la noche se prometía
larga entre sombras chinescas y callejuelas retorcidas. Hoy el tío Babú se ha transformado en una
tonada profundamente melancólica, nostálgica y líricamente profunda: “Como llueve
por Bardales / tío Babú, tío Babú, tío Babú, / también por Valdespino. / Los
albillos de María Alba, / tío Babú, tío Babú, tío Babú, / se los ha llevado el
río…”, y que ahora se canta por viudas ricas o labradoras y hombres embutidos en sus pesadas capas pardas alistanas en bodas, bautizos y comuniones.
--Oiga, ¿y en los entierros?
--No sabría decirle..., vaya usted a saber.
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