jueves, 7 de abril de 2022

No mires atrás en los andenes

 


Hombre, no. Hegesipo Macanaz no era mala persona. Pero no se puede delante de un juez de Instrucción decir “me cago en los organigramas y en la madre que te parió”. A Hegesipo Macanaz le ingresaron en la cárcel de Zuera y allí permaneció durante dos meses. Hegesipo Macanaz no era malo. Le había roto un dedo a su suegra sin pretenderlo. Él ignoraba que ella tenía osteoporosis y los huesos como de cristal. Sí, de acuerdo que se rompió un dedo de la mano izquierda cuando ella le quitó de muy malas maneras la botella de anís. Aquel día comía en su casa y en un momento dado le dijo a Rafaela, que así se llamaba su suegra, con una cierta ironía, que el arroz en paella se le antojaba como huérfano de gambas. Pero ella, que estaba un poco teniente del oído derecho interpretó otra cosa, no se sabe qué. Y se enfureció y a los  postres fue cuando le quitó la botella antes de haberse servido la primera copa. “Si quieres beber te vas al bar -le dijo de muy malos modos- que no se hizo la miel para la boca de asno”. Fue entonces cuando al intentar Hegesipo sujetar el brazo de Rafaela para que no se la llevase, se torció un dedo, empezó a gritar, marchó al ambulatorio y allí le dijeron que tenía el dedo roto. Pero lo malo fue que la hija se puso al lado de su madre y le llamó a Hegesipo “mala bestia”. De haberse contenido Hegesipo ante el juez de guardia doy por hecho que aquello no hubiera pasado, puestos en lo peor, de una pequeña multa. Pero Hegesipo Macanaz se pasó de frenada diciéndole aquellos disparates a un  señor de traje negro y serio como una suela de zapato. Durante su permanencia en la prisión de Zuera, Hegesipo Macanaz estuvo adscrito a la sección de lavandería y tuvo buen comportamiento. El día que cumplió condena, ya en la calle, lo primero que hizo fue acercarse hasta el bar Gerardo y pedir una copa de Anís las Cadenas, de finísimo paladar. Por la ventana de aquel bar se divisaba un soto con unos pinos carrascos. De la madera de los pinos carrascos se sacan tablones para andamiajes y tabales para conservar los arenques en salazón, que resultan asequibles y sosiegan el apetito de los que  evolucionan al matiz añil y acarrean bosquejos de enseñarnos la raspa y esas bilis que, cuando escalan hasta la cara, motivan el aspecto del regreso de un sepelio. Hegesipo se encontraba más solo que nunca.  Con esa soledad de quien se va marchitando en la solana en un rincón del jardín y en los vahos intensos de la melancolía. Se le había quedado grabado en el cerebro la escena de una película griega que había visto poco antes de ser encarcelado en el Cine Palafox, sesión de tarde: “Un toque de canela”. Ella, Saime,  le decía a él, a Fanis, despidiéndose en la estación: “No mires hacia atrás en los andenes, porque la mirada permanece como una promesa”. Antes de marcharse, Hegesipo pidió al camarero otra copa de anís. Se la bebió de un sorbo, salió a la calle y se dio de bruces con la noche.

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