miércoles, 27 de abril de 2022

Morir, pero con buena salud

 


Leo en la prensa que Sanidad propone eliminar cerveza y vino del menú de los restoranes a fin de prevenir enfermedades cardiovasculares. A mi entender, esa sería una medida bienintencionada si, verdaderamente, el Gobierno se preocupase por la salud de los españoles. Pero me da la sensación de que al Gobierno le importa un rábano si morimos, sobre todo si el fallecido es pensionista o cobra pensión asistencial. Lo que le preocupa al Gobierno es que podamos ir al hospital, por el gasto que ello conlleva. Y, claro, quiere poner la venda y el esparadrapo antes de que aparezca la herida. Para mí que Carolina Darias no sabe ni por dónde le sopla el viento. Que una licenciada en Derecho por la Universidad de La Laguna nos venga a señalar qué podemos o no comer o beber es como si un electricista nos aconsejase cómo debemos echar el colirio en un ojo; o que deberíamos hacerle caso a un vendedor de lencería fina cuando éste nos asesorase sobre el síndrome de  Cotard (también llamado delirio nihilista) que es uno de los 10 síndromes más extraños del mundo. A la ministra Darias no le preocupa el que aceite usamos para freír; o si podemos o no poner la calefacción por el precio del gas; o si sigue apareciendo lindano en las riberas de los ríos, es decir, aquel pesticida prohibido hace 25 años en Europa por su enorme riesgo para la salud, que se fabricó sin ningún tipo de control en el pueblo de Sabiñánigo entre 1975 y 1989 por parte de Inquinosa; por  Zeltia, en Porriño, etcétera. También existe un plan de ese Ministerio que contempla la obligatoriedad de ofrecer agua del grifo al comensal. Si, muy bien, pero ¿qué agua? Porque si se ofrece, pongamos por caso, del río Gállego y sin ningún tipo de análisis previo, vamos dados. La ministra debería saber que la industria del vino en España es de extraordinaria relevancia y que ese sector genera casi 24.000 millones de euros anuales,  casi 428.000 puestos de trabajo de forma directa e indirecta y que aporta al Fisco más de 3.800 millones de euros anuales. Por si ello fuera poco,  genera un “efecto tractor” sobre otras muchas actividades suministradoras clave, como la industria de la madera, del vidrio, del corcho, o la fabricación de maquinaria y equipos industriales.

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