martes, 5 de abril de 2022

El cardenillo no se chupa, nene

 


“Y ahora, maestro, ¡música!”, parece  ser que dijo Ramón Gómez de la Serna desde el trapecio al concluir su conferencia en 1924, el mismo año en el que Gregorio Marañón hacía un llamamiento a favor de la libertad en el Ateneo de Madrid, Américo Castro invitaba a meditar sobre el porvenir de España desde las páginas de El Sol, Valle Inclán era detenido por negarse a pagar una multa de 250 pesetas,  Unamuno  sufría destierro en las Canarias, y  Manuel Azaña se empeñaba en construir la nación sobre la arena movediza de la inexistente democracia. A Luis Jiménez de Asúa  le facturaban a las islas de Chafarinas, frente a las costas de Marruecos, por haber protestado cuando estaba prohibido protestar. Durante la dictadura de Primo hasta el derecho al pataleo se traducía en tremendas multas y destierros al quinto pino. Las Chafarinas habían sido consideradas tierra de nadie hasta su ocupación en 1848 por una expedición mandada por Serrano, adelantándose al general Mac Mahon, que abrigaba la misma pretensión. Una soberanía que se afianzó tras el Tratado de  Wad-Ras. Las islas siguen ahí, en el mar de Alborán, relegadas como las condecoraciones con una pátina de verde cardenillo, aquel verdigrís que envenenaba a los niños que chupaban metales, que custodiaba en casa la viuda de un capitán de la escala de reserva, un soldadito de plomo que se dejó la piel hecha jirones en Tizzi-Azza derretido sobre un sol abrasador. Más tarde, aquella viuda -doña Crescencia Perelló i Bofarul- marchó a Barcelona y en la calle Nápoles, esquina a Ausiàs March, regentó la Pensión Sucre, alojamientos a pupilaje, lavado y planchado de ropa, almidonado de cuellos de camisas de caballeros,  limpios aseos provistos de agua caliente y fría, y bidé de loza (entonces se decía bidet, que en francés significa “caballito” en alusión a la postura que se emplea para su utilización) para uso íntimo de las señoras en todas las habitaciones. En el salón de aquella pensión había una vitrina con las medallas concedidas a su esposo a título póstumo pinchadas en una guerrera de color maleta, junto a una bandeja de plata meneses con una minúscula cruz de Malta punzonada y una palmatoria de latón al manganeso con almohadilla antideslizante para proteger la balda,  un chapiri con borla dorada,  y un tahalí junto a un sable con gavilanes, pomo de latón y empuñadura negra.

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