sábado, 31 de marzo de 2018

Sermones y parafilias



Parece normal que un obispo, en este caso el obispo de Santander, haya recordado en Viernes Santo, durante el Sermón de las Siete Palabras en Valladolid, que el Hijo de Dios viniese al mundo “para perdonar a todos, sin excepción”. De un pastor de la Iglesia no se espera que diga cosa distinta. Pero, por aquello de que el Pisuerga pasa por allí, el obispo aprovechó para incluir dentro de ese perdón a los políticos corruptos y a los que trafican con seres humanos. Se le olvidó incluir a los curas pederastas. El obispo Manuel Sánchez Monge también debería entender que en un Estado de Derecho existen las prisiones para aquellos individuos que, aprovechándose de su cargo o de su posición de superioridad, roban al ciudadano o al Estado o comercian mafiosamente con la desdicha de seres humanos. El Código Penal, por fortuna, no es el catecismo de Ripalda. Una cosa es predicar y otra cosa es dar trigo. Y parece evidente que resulta más fácil dar consejos que practicar lo que se predica. Al obispo de Santander le recordaría que por encima del perdón es necesario salir en defensa de los más vulnerables.  El político que roba, detrae dinero del contribuyente. Y el mafioso que trafica con pateras y con seres humanos es un malnacido que no merece el perdón de nadie. Según Manuel Sánchez Monge, ese tipo de maleantes “merecen perdón porque no saben lo que hacen”. Sí, señor mío, sí saben lo que hacen. Se mueven por la codicia. El obispo de Santander añadió en su alocución que “Jesús experimenta el abandono de su pueblo y el abandono de sus discípulos, pero a la vez Jesús experimenta el silencio del Padre y con su lamento expresa la fidelidad a un Dios que ama silencioso en el sufrimiento". Sus palabras me dejan turulato.  Sin deseo de polemizar con ese prelado, palentino de nación, entiendo que un Dios que ama silencioso en el sufrimiento ajeno no merece mi consideración. No me gustan las parafilias: ni el sadismo de aquel que proyecta sus impulsos autodestructivos en los demás en medio del silencio, ni el masoquismo de los hombres que sienten placer por ser dominados. Son las dos caras de la misma moneda, más falsa que un euro de madera.

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