Leo en La
Opinión de Zamora que el alcalde de Toro, Tomás del Bien, critica a la presidenta de la Diputación Provincial de Zamora, Teresa Martín Pozo, por haber
abandonado la procesión del Santo Ecce Homo el pasado Martes Santo,
después de haber desfilado sólo en el tramo televisado que iba desde el
monasterio de Santa Clara hasta la plaza Delhy Tejero. A la sucesora en la
Diputación Provincial de Fernando
Martínez-Maíllo, actual vicesecretario de organización del PP, le sucede como a todos los políticos, que sólo
desean cortar cintas de inauguraciones o salir en la foto de lo que sea, en
este caso, de una procesión. No sé de qué se asombra el alcalde de Toro, si
también forma parte de ese club de advenedizos de la cosa pública. A mi
entender, lo importante no es conocer si la presidenta de la Diputación
Provincial permaneció con el cirio en la mano, o vestida de “manola”, durante
todo el recorrido, sino si durante ese recorrido hubo coherencia entre
presencia y apariencia. Como señala María
Graciani en El Correo de Andalucía,
“la mente y el corazón deben bailar al mismo son para crear la necesaria
correspondencia entre esencia y apariencia que se trasluce en elegancia”.
Particularmente, ignoro cómo es Teresa Martín Pozo y si se siente a gusto o no
dentro de su piel. No es fácil estar dotado de gracia, nobleza y sencillez a un
mismo tiempo. Pero no se le puede pedir a alguien, ejerza o no ejerza la
política, que sea un preciso reloj Omega.
Lo extraño hubiese sido que, durante el recorrido procesional del Santo Ecce Homo toresano, hubiese desaparecido
la talla del siglo XVII y de autor
anónimo sobre la peana, que representa al Mesías
atado a la columna y que, tras ser azotado, muestra los trallazos en su espalda
doblada por el dolor, aunque parece buscar con su mirada a sus agresores para perdonarlos. Todo lo demás carece de
importancia.
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