Aquí se ha hecho bueno el dicho “las desgracias
nunca vienen solas”. Este mes de marzo nos dejaron para siempre tres personajes
vinculados de alguna manera con Aragón que no debo dejar pasar por alto: Elías Yanes Álvarez, arzobispo emérito
de la Archidiócesis de Zaragoza y expresidente de la Conferencia Episcopal, Manuel
José López Pérez, doctor en Farmacia y catedrático de Bioquímica, anterior
rector de la Universidad de Zaragoza y José
Enrique Ayarra Janes, canónigo, músico, excatedrático de Órgano en el Conservatorio
de Sevilla y organista oficial de esa Catedral desde 1961, jacetano de nación.
En una entrevista que le hizo el diario ABC
de Sevilla, Ayarra lamentaba la crisis que atravesaban las cátedras de
Órgano: “La carrera es larga y su futuro tenebroso
porque no todas las iglesias pueden pagar a un organista profesional, por lo
que la salida profesional de un organista es aspirar a ser catedrático de
Acústica, Armonía y Composición, y matar el gusanillo del órgano tocando en una
iglesia”. Curiosamente, no he leído un solo elogio funeral sobre el
fallecimiento de este ilustre músico jacetano en la prensa aragonesa. Se cumple
aquello de que nadie es profeta en su tierra y en Aragón es difícil que reconozcan
la valía de quiénes la merecen, salvo que te llames Petronila, seas hija de Ramiro
II el Monje, un rey como de baraja de Heraclio Fournier, y te cases con un conde de Barcelona de nombre Ramón. ¡Qué triste!
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