Hasta el rabo todo es toro y hasta que entre
el equinoccio de primavera todavía falta un día, en el que puede pasar de todo.
Se anuncian nieves en cotas bajas y algunos ríos, como el Duero, están a punto
de desbordarse. Marzo es marzo y en marzo, marcea. Como cuenta Antonio García Barbeito en ABC de Sevilla, “lo único que hacen las aguas, cuando llueve como Dios manda,
es presentarse en la tierra con sus escrituras de propiedad y ocupar los
terrenos que les pertenecen desde que las aguas son aguas y las lluvias,
lluvias. Somos nosotros quienes, de tanto disfrutar de marzos
primaverales, nos hemos creído que marzo no tiene nada de invierno”. Otra cosa
es el tema de las procesiones que se avecinan. Los cofrades miran al cielo
deseando que no llueva, o sea, al revés de lo que hace la gente del medio
rural, que también mira al cielo cuando desea lluvia, cuando el cereal comienza
a brotar en los secanos y cada gota caída vale un real de a 8, o sea, un “duro”,
como los acuñados en Gerona en 1808. E incluso se procesiona a los santos para
que intercedan y pueda producirse el milagro. Pero llover cuando hace falta,
con rogativas o sin ellas, nunca es un milagro sino un meteoro. Los milagros
son otra cosa. Milagro es vivir de milagro con una pensión asistencial que no
da ni para poder calentarse. Y un meteorito, que no un meteoro, es recibir en
el buzón de casa el recibo de IBI, contra el que no cabe recurso de reposición
ni rogativas. Es la principal fuente de ingreso de los ayuntamientos, esos
cuatreros albinos que se alzan con el santo y con la peana Y entre tanto alacrán
de la cosa pública, aparece un tal Linde
y recuerda que las casas en propiedad mejoran la pensión neta de los ancianos,
que constituyen “renta en especie”. A ese hombre le faltan tres hervores y
varias lavativas de gaseosa hasta dejarle el culo pajarero. Hay cosas, también
milagros, que no vienen en los catecismos, al margen de otras consideraciones.
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