Al alcalde de Calatayud, José Manuel Aranda, debo felicitarle por la terminación de las
obras en la confluencia entre la Rúa de Dato (vulgo la Rúa), plaza del Fuerte y
plaza de Primo de Rivera, con la ayuda de la DPZ. Sólo una pega: los asesinos
bolardos, capaces de romper una pierna
al peatón despistado. Los bolardos puede que orienten la circulación de
vehículos pero desorientan al forano, sobre todo por la noche. En “La Comarca de Calatayud” observo detenidamente una foto con el cruce de
dos caminos: el que conduce a la iglesia de San Juan El Real con sólo girar al
fondo a la izquierda y el que nos traslada rúa arriba hasta la que otrora fuese
segunda aljama de Aragón, a la antigua Judería. De niño, recuerdo que los bajos
de la casa frontal que divide el cruce de ambas vías era una sucursal de Banesto, donde los clientes habituales
de El Pavón llegados desde los
pueblos cercanos, y que cerraban negocios de ganado o de frutas con sólo
estrecharse la mano en la acera del café, metían y sacaban dinero en ventanilla
para cerrar los tratos a tocateja, que es como hay que culminar los acuerdos. Y
como en “La canción del pirata”, donde Espronceda
dice aquello de “Asia a un lado, al otro
Europa…”, no parece que sea necesario subirse a un bolardo
para señalar con el brazo extendido: “a
la izquierda la UNED y a la derecha la estatua de Pascual Marquina Narro”, autor del pasodoble “España cañí…”, que lo ideó en un viaje en tren en 1923 y que, en origen,
llevó el nombre de “El patronista cañí”
en honor de José López de la Osa.
Pero la España cañí ya casi no existe. Se nos ha ido muriendo poco a poco y sin
que nos diéramos cuenta como el humo por una ventana. Se nos fue la duquesa de Alba y yo creo que morirá definitivamente el día que nos
falte Tita Cervera. Como dejó
escrito Luz Sánchez-Mellado en El País hace ya casi cuatro años, “el
Rey ya no es el Rey. Ni la Reina, la Reina. Ni las Infantas, las Infantas. De
ahí para abajo, el escalafón de las celebridades más carpetovetónicas del país
ha dado un vuelco irreversible en los últimos años. En la mayoría de los casos,
ha sido el tiempo, el infortunio o el propio empeño de los interesados en
destrozarse la reputación, el que ha acabado llevándoselos por delante”. Vamos,
como se nos llevará por delante los bolardos bilbilitanos si no prestamos la
debida atención cuando salimos del “Minibar”
y deseamos ver las pinturas de Goya
en la iglesia de San Juan, antes de marchar a la Estación de F.C. para tomar el
último ferrobús con destino a ninguna parte.
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