Tal día como hoy, en 1906, moría en
Santander, su casa de la calle Hernán
Cortés, más conocida como el Palacio de Macho, José María de Pereda y Sánchez Porruá. Esa luctuosa circunstancia
queda perfectamente reflejada en el cronicón
de Fermín Sánchez González,
más conocido como Pepe Montaña. (“La
vida en Santander, 1900-1949” T. I, pp. 127-128, Imp. Aldus, Santander, 1949)
extraído “como en galería de museo, estampas y cuadros realistas, aguafuertes y
dibujos de interesantes aspectos de la historia y costumbres de la vida de
nuestra ciudad en los primeros cincuenta años del siglo en que vivimos”, como contaba en su prólogo a la edición de
1949 Tomás Maza Solano, cronista oficial
de Santander. Lo “montañés” era una forma de diferenciar lo referente a la
Castilla la Vieja que miraba al mar y a los Picos de Europa frente al extenso
páramo mesetario y seco que componía aquella región y que hoy tiene vida propia
como comunidad autónoma uniprovincial
que se denomina Cantabria, la de los Nueve Valles. Cántabro deriva del ligur “cant” que significa piedra unido al
sufijo “abr”, es decir: “pueblo que habita en las peñas”.
Sobre los cántabros ya escribió Marco
Porcio Catón en el siglo II a. C. al hacer referencia en su obra “Orígenes” al nacimiento del río Ebro “en
tierra de cántabros”. Pero a Cantabria también se la conoce como La Montaña y
La Tierruca. Y Pereda, el hombre que mejor conoció el costumbrismo de su
tierruca, moría, como decía, tal día como hoy. EL cronicón de Pepe Montaña es
interesante:
“El
Cabildo catedralicio, la Diputación y el Ayuntamiento se reunieron con toda
urgencia en sesiones extraordinarias. Los acuerdos fueron unánimes. En el
Ayuntamiento, don Pedro Bustamante, como Alcalde, presentó una moción, que fue
aprobada sin discusión, antes, al contrario, con frases glorificando la vida y
la memoria de aquel excelso cantor de la Montaña, incluso por los republicanos
de izquierdas. Los honores póstumos fueron acudir en Corporación, y con el
pendón de la ciudad, a los funerales y entierro, trasladarse a la casa
mortuoria para dar el pésame a los familiares y erigir un monumento en los
jardines de su nombre, y al día siguiente, después de los funerales, la
Corporación en pleno presidió el duelo en el entierro, acompañada del
Gobernador Civil, el Comandante de Marina, el Presidente de la Diputación, el
Deán y los hijos del finado, don José, don Salvador y don Vicente. (…) Con
tristeza caminaba aquella muchedumbre tras el coche mortuorio, tirado por seis
caballos, pero sin una sola corona ni condecoración. Únicamente sobre la caja
se colocó la medalla de académico, siguiendo las normas de la Real Academia
Española, y delante de una gran fila de coches, en cabeza de ella, un coche con
los faroles encendidos y cubiertos con crespones negros. Era el coche familiar,
el que tantas veces en sus últimos años llevó aquel gran señor, que hasta en el
vestir y en su pergeño era un hidalgo”.
Pepe Montaña dejó constancia de que
llovía sin cesar mientras la comitiva avanzaba lentamente hasta el cementerio
de Ciriego por las calles del Martillo, por el Paseo de Pereda, por Atarazanas
y por las Alamedas hasta Numancia. En 1893 se había suicidado su primer hijo, Juan Manuel, al tiempo que Pereda escribía
el vigésimo primer capítulo de “Peñas
Arriba”, su último libro. En el
manuscrito colocó una cruz justo en el punto que estaba escribiendo. Por
aquellos días publicó su obra “Pachín
González” ideada sobre la desgracia del vapor “Cabo Machichaco”, atracado en el puerto de Santander con un cargamento de dinamita, en noviembre de aquel
año. En 1904 sufrió una apoplejía que le dejó hemipléjico del lado izquierdo.
No volvió a recuperarse.
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