Leo con interés un trabajo que firma Amparo Castelló en vozpópuli:
“Visitar el cementerio de la Almudena: la
nueva apuesta turística”. Dice Amparo que se inauguró el 13 de septiembre
de 1884 con el enterramiento del niño de l4 meses Pedro Regalado, etcétera. Pero, en un momento dado, informa de
determinados cadáveres de personajes famosos allí enterrados: Enrique Tierno, Vicente Aleixandre, Ramón y
Cajal, Lola Flores, Juan de la Cierva… Y da cuenta de la
importancia que tuvieron en vida como alcaldes, poetas, científicos, etc. Pero llega un momento en el
que cita a Concha Espina y le
atribuye haber sido inventora. Concha Espina, es algo más que el nombre de una
estación de metro n Madrid, pero no inventó nada. Se limitó a escribir. Y lo
hizo bien, hasta el punto de que en 1926 estuvo a punto de conseguir el Premio
Nobel de Literatura, quedándose a un voto de italiana Grazia Deledda. Apoyó la dictadura de Primo de Rivera y el posterior advenimiento la II República. La
razón era que le permitía su divorcio con Ramón
de la Serna, con el que se había casado en 1994 en Mazcuerras, antes de
marchar a Valparaíso, donde nacieron sus hijos Ramón y Víctor. En 1898
regresó a España, donde nació su hija Josefina,
que más tarde se casaría con el guitarrista Regino Sainz de la Maza. Y en 1907 nació su hijo Luis. Dos años después se trasladaba a
Madrid y publicaba La niña de Luzmela.
En 1948 el pueblo de Mazcuerras pasó a llamarse Luzmela, su nombre inventado.
Llegó a ser tanta su popularidad en Santander que en 1927 le erigieron por suscripción popular una estatua en los
Jardines de Pereda, obra de Victorio
Macho. Concha Espina depositó un cofrecillo con algo dentro que, según
ella, su contenido no podría desvelarse hasta que pasaran 70 años de su muerte,
ocurrida en 1955. Pero resultó que se hicieron unas obras de mejora en el Paseo
de Pereda y se trasladó de sitio su estatua, con tan mala suerte que una
máquina trituró aquel cofrecillo, re revolvió entre la tierra y nunca se pudo
saber el secreto que guardaba. Concha Espina fue una mujer llena de
contradicciones. Al llegar la II República participó junto a Antonio Machado y Pío Baroja en la fundación de la Asociación de Amigos de la Unión Soviética. Pese a ello, en 1936 se
afilió a la Sección Femenina. Ya
ciega y a tres días de su muerte, todavía tuvo fuerzas para enviar su último
artículo a ABC. Falleció en Madrid el
19 de mayo de 1955, el mismo día que Menéndez
y Pelayo, que murió en Santander otro 19 de mayo, 43 años antes.
Curiosamente, sobre el traslado de restos de ese filólogo a la catedral de
Santander, en el verano de 1956, conservo una foto en la que aparecen tras el
cortejo de acompañamiento mi abuelo materno junto al escultor Victorio Macho y
el hijo de Concha Espina, Víctor de la Serna.
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